La semana pasada comenté la propuesta de retomar la bicameralidad, sin entrar en detalle sobre el predictamen que fue aprobado por la Comisión de Constitución y que será ahora votado por el pleno. Más allá del número de curules, el método de elección, o las funciones propiamente de cada cámara, creo que contar con dos cámaras es, al final del día, mejor que tener solo una. Para discutir sobre esta y otras propuestas de reformas al sistema político fui invitado por la congresista Adriana Tudela a participar en un panel de discusión el martes pasado, y comparto aquí algunas de mis impresiones.
Lo primero es saludar las iniciativas legislativas de la congresista Tudela porque reconocen la necesidad de corregir algunos elementos de nuestro sistema que podrían mejorar la representación política y acortar las brechas entre ciudadanos y políticos. Coincido con la cautela de Carlos Meléndez, partícipe también del conversatorio, y evitar pensar que podemos solucionar todos nuestros problemas y tener un sistema de partidos competitivo y enraizado en la sociedad, pero sí podemos hacer algunos ajustes que permitan elevar en algo la calidad legislativa y las funciones de representación.
He defendido antes la idea de representación como responsabilidad, y sin elecciones no podemos obligar a nuestros gobernantes a hacerse responsables por sus actos u omisiones. Pero este mecanismo solo es posible con reelección, en condiciones donde podemos reevaluar y renovar (o no) a nuestros políticos. Amén de muchas otras virtudes, como la profesionalización de la actividad política. Mejor que sean los electores quienes decidan.
Debo reconocer también que mi oposición inicial a tener distritos uninominales ha cedido. Creo que tener un solo representante por distritos electorales más pequeños puede ser beneficioso para la representación, aunque sigo dudando del efecto reductor en el sistema de partidos que se le atribuye.
El politólogo francés Maurice Duverger, célebre por haber acuñado unas leyes epónimas sobre la relación entre sistemas electorales y sistemas de partidos, explicaba con una analogía los efectos que determinadas normas podían tener sobre la representación. Duverger proponía pensar a la sociedad como el motor de un carro (cuánto más diversa sea, más potencia le daría a la multiplicación de partidos políticos) y a las reglas electorales como el pedal del freno. Sistemas de mayoría, basados en distritos uninominales, pisan fuerte el freno, como en Estados Unidos o Inglaterra, clásicos sistemas de dos partidos fuertes, mientras que los sistemas de representación proporcional, como el nuestro, controlan menos la fuerza del motor de la división social y producen sistemas con múltiples partidos.
La propuesta de tener distritos uninominales equivaldría a pisar fuerte y hasta levantar el freno de mano, y sin duda, una posibilidad sería que derrapemos. Pero más probable es que, para efectos de la representación, podamos reforzar en algo el vínculo entre electores y congresistas.
Un punto final, a cuenta de seguir discutiendo ampliamente estas reformas, es la propuesta de tener voto libre y voluntario. Considero válido el argumento de José Luis Sardón, quien considera una aberración moral y política obligar a la gente a ir a votar, con el fin de dotar, artificialmente, de legitimidad al sistema político. No obstante, para ponerlo en términos de Albert Hirschman, temo que parte importante de la ciudadanía opte por “salir” del sistema político por medio del ausentismo y reaparezca luego como voz de protesta, pero ya fuera de canales institucionales. Sería quizás un riesgo similar al que desembocó en las protestas de octubre del 2019 en Chile.