El resultado de la madrugada de ayer al otorgar el voto de investidura al Gabinete presidido por Aníbal Torres es, sin duda, un triunfo del Ejecutivo. Al menos en lo referido a estadísticas políticas, mantiene intacta la dinámica resultadista (ganar con lo indispensable), sin renunciar a una retórica acorde al momento que enfrenta.
La retórica de Torres para la ocasión presentaba una mezcla de admisión de la necesidad de enmienda con un llamado a la concertación, algo extraño en alguien que inició su gestión de un modo más bien irascible. Tanto en la introducción como en el cierre, el hoy endosado presidente del Consejo de Ministros mostró dicho talante, seguramente consciente de la extraña combinación que presenta el régimen: precariedad y resiliencia.
“Mi persona, en representación del Gobierno presidido por el profesor Pedro Castillo Terrones, acude ante la representación nacional, convencido de que, si queremos hacer las cosas bien por nuestra gente, tenemos la obligación de escuchar, rectificar y trabajar juntos”, dijo Torres.
Lo que vino después fue una serie de supuestos logros del Ejecutivo que resultaban anodinos frente a las presiones que han caracterizado las últimas semanas del debate político: las serias acusaciones de corrupción y los controvertidos nombramientos en diversos sectores (de hecho, entre la juramentación de Torres y su investidura, se ha dado un cambio en un sector clave, el MTC, aunque la variación no implica algo distinto a lo cuestionado).
El primer ministro, sin embargo, parece más atento a la forma que al fondo, privilegiando la aprobación de dispositivos legales que muchas veces no tienen sustento técnico ni correlato con la realidad, pero que podrían verse bien en cualquier informe burocrático aspirante a alguna bendición.
“Frente a la corrupción, aprobamos la estrategia de integridad del Poder Ejecutivo al 2022 para la prevención de actos de corrupción. Además, hemos presentado un primer paquete de propuestas legislativas orientadas a prevenir y evitar las llamadas ‘puertas giratorias’ en el sector público”, señaló el jefe del Gabinete. ¿Incluirá este documento algún aspecto que evite situaciones como las que enfrentan varios altos funcionarios del actual Gobierno, incluyendo al propio presidente Pedro Castillo?
Al cierre, Torres reforzó su llamado a la concertación, con una referencia directa al presunto motor y motivo del Gobierno: los pobres. “Habiendo expuesto nuestras políticas y reconocido lo mucho que hay por hacer, les reitero que la concertación es la apuesta del Gobierno del pueblo. Y que lo es, principalmente, porque sabemos que, para trabajar por todos los peruanos y peruanas, y especialmente por el más de millón y medio de peruanas y peruanos en situación de extrema pobreza, necesitamos ponernos de acuerdo”.
El premier reemplazaba así su hostilidad del inicio en el cargo por un mensaje coherente con la tregua que se planteó hace unas semanas. “Hemos llegado al Gobierno para que el Estado esté realmente al servicio de la ciudadanía y solo es posible lograrlo si impulsamos juntos medidas que defiendan y garanticen los derechos fundamentales de todos los peruanos y peruanas sin distinción”.
Lo hacía, además, con un medido desinterés por las acusaciones que el Gobierno enfrenta o quizás al tanto de que, al interior del Legislativo, podría haber una vulnerabilidad similar. En el dolor, hermanos. “Ambos poderes nos necesitamos, debemos buscar siempre que se logre el equilibrio de poderes”, enfatizó Torres.
La alocución de Torres (y los cálculos y temores de un sector de la oposición) le permitió lograr una investidura más ajustada que la de sus predecesores: 64-58, frente a las logradas por Bellido (73-50) y Vásquez (68-56). Pero frente al aislamiento actual del Ejecutivo –que lo diferencia al inicio de la gestión o al relanzamiento de un mandato protagonizado por sus predecesores–, es claramente una victoria. ¿Acaso pírrica?
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