Al presidente de Rusia, Vladimir Putin, las cosas no le están saliendo como se creía. Por lo pronto, la invasión de Ucrania ha provocado una reacción negativa en todo el mundo que ha desbordado largamente lo que el Kremlin esperaba. Ni siquiera China, que Rusia creía haber puesto de su lado, la ha apoyado abiertamente: mantiene una actitud prudente, que, sin duda, tiene que ver con las manifestaciones hostiles que se escuchan en todo el mundo civilizado.
De otro lado, luego de seis días de haber iniciado el asalto, todavía los tanques rusos no consiguen controlar Kiev, donde un pueblo valiente y unificado resiste la invasión, aunque la superioridad militar rusa tarde o temprano conseguirá sin duda su objetivo. Ya han comenzado a bombardear los barrios residenciales y las estaciones de televisión, lo que revela descontrol. Pero haría falta el asesinato colectivo para controlar a una población indómita y hostil. Es obvio que en el futuro inmediato los soldados rusos pasarán tiempos difíciles. Ya hemos visto en la televisión algunos cadáveres de los tanquistas rusos destrozados, sin que nadie los recoja.
Pero las medidas de castigo económico que ha impuesto el Occidente a Rusia han sido de efecto inmediato y todos hemos visto las larguísimas colas (por lo demás inútiles) que ha establecido el pueblo ruso, tratando de sacar su dinero para hacer frente a los gastos corrientes, en momentos en que el rublo, luego de caer en picado su valor de intercambio, desaparecía de los bancos. Al mismo tiempo, los bancos occidentales castigaban apartando a los bancos rusos del llamado sistema ‘Swift’, es decir, de la posibilidad de transar y efectuar pagos en diferido al sistema bancario ruso. Esto ha creado una situación sumamente difícil a la población rusa que se enfrenta a una escasez de productos de consumo corriente y a una situación de carestía en las tiendas y supermercados.
Por otra parte, la reacción del pueblo ruso a la invasión no ha sido lo pasiva y entusiasta que Putin esperaba. Hemos visto en las principales ciudades rusas, las nutridas manifestaciones contra la guerra que, hasta el momento, han dejado más de seis mil detenidos en las cárceles. Lo que quiere decir que la abusiva invasión de Ucrania, a favor de la muy pequeña minoría rusa que en ese país quisiera reintegrarse a Rusia, como en los viejos tiempos de Stalin, está lejos de representar la unidad de una población dividida y que, pese a las amenazas del poder, se atreve todavía a protestar contra la guerra.
Por otra parte, la cantidad de envíos de proyectiles, balas y fuerzas defensivas que el Occidente en general, y Europa en particular, mandan a Ucrania para apoyar su defensa, sobrepasa largamente todo lo esperado. Los países miembros de la OTAN, que, sin embargo, había asegurado su neutralidad en este caso, han sido los primeros, violando su propia neutralidad, en apoyar a Ucrania abiertamente. Y es natural que así ocurra: lo de Ucrania hace temer a los demás países europeos que la invasión de aquel país sea solo el inicio de algo que parece muy claro: la obsesión de Putin por reconstruir el viejo sistema soviético de países y ciudades satélites que asegurarían la protección de Rusia de un supuesto asalto occidental.
De manera que la invasión de Ucrania tiene todas las características de una operación fallida del gobierno ruso, de la que Rusia saldrá desprestigiada y probablemente arrepentida. Además, sus industriales y patronos de grandes empresas comienzan a dejar oír su voz. Esto es insólito, porque la mayoría de ellos ha hecho sus grandes fortunas gracias a la amistad de Putin. Por ejemplo, Alexei Mordashov, a quien se considera el hombre más rico de Rusia, acaba de pronunciarse de una manera crítica contra la invasión.
Por supuesto que esto no estaba en las expectativas del gobierno ruso. Putin creía que la invasión a Ucrania sería un paseo para sus tropas y no ha resultado así desde ningún punto de vista, pese a los sesenta kilómetros de tanques que la han invadido. Las autoridades ucranianas, por lo pronto, han resistido a pie firme y, aunque cientos de miles de personas han huido a los países vecinos, sobre todo a Polonia, muchos ucranianos que vivían en el extranjero han regresado a su país para formar parte de los grupos clandestinos que resisten o se aprestan a resistir. El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, por otra parte, acaba de pedir, en términos dramáticos, que la Unión Europea acepte a su país como miembro pleno de esta, para lo cual hay un ambiente muy favorable: los votos en el Parlamento Europeo fueron de 637 contra 13 y 36 abstenciones; aunque las dificultades de aplicar esta opción de manera inmediata sean muy grandes y, tal vez, insuperables. Pero es seguro que, tarde o temprano, este será el destino de Ucrania. De modo que los cálculos de Putin, de asegurarse la lealtad de Ucrania luego de la abusiva invasión, fueron totalmente equivocados. De ella resultará, a mediano o largo plazo, una incorporación de Ucrania, sin lugar a dudas, a formar parte de Europa Occidental, y, tal vez, a ser miembro de la OTAN, es decir, del sistema democrático de defensa de Occidente basado en la libertad y en los derechos humanos.
¿Qué es lo que ha motivado la garrafal equivocación de Putin y sus compañeros de gobierno con esta invasión abusiva, de corte imperialista, que pone a Rusia en paridad de condiciones con la invasión a Checoslovaquia de Hitler, con el pretexto de “proteger a la población rusa” de las humillaciones que recibía? La pasividad del pueblo ruso, seducido por la presencia al frente de su gobierno de un líder relativamente joven y audaz, que acumulaba todos los poderes y parecía poner orden en un país amenazado por el caos y la desunión. Pero la amenaza de una guerra, con los polvorines atómicos de que está plagada Rusia, ha despertado a todo el mundo y este se ha puesto en marcha, para atajar una invasión abusiva y prepotente en la que Rusia, excediéndose, pretendía asolar a un país pacífico, sobre el que ya ejerció su prepotencia, apoderándose de Crimea de una manera que Occidente no ha aceptado. Este precedente, sin duda, ha motivado la movilización del mundo entero en favor de Ucrania, una movilización que ha sorprendido a los propios gobiernos y ha impulsado a algunos de ellos, como Suecia, por ejemplo, a tomar unas iniciativas que rompen radicalmente con la independencia con que actuaron durante la segunda guerra mundial. La razón es muy simple: esta vez Suecia se siente también amenazada por una invasión rusa que sabe Dios hasta dónde llegará. El mundo entero se ha apresurado a impedir que, a estas alturas de la historia, el poderío y la prepotencia de un país sean justificación suficiente para invadir otro e imponerle su política.
Es evidente, por lo ocurrido hasta ahora, que Putin se equivocó y tramó una invasión de Ucrania que ha abierto los ojos del mundo entero sobre las intenciones del jerarca ruso. Las cosas se complican, desde luego, sabiendo que Rusia es el país que tiene mayor número de bombas atómicas, que, esperemos, en los cálculos del jerarca del Kremlin, no se le ocurra usar, poniendo en peligro la paz del mundo. Ese era el peligro de iniciar cualquier acción militar por una de las súper potencias de nuestro tiempo: que las acciones militares pudieran llegar al extremo de utilizar aquellos polvorines que podrían acabar con toda forma de vida civilizada en esta tierra. Ojalá que el pueblo ruso, movilizado al fin en favor de la paz, sea capaz de poner fin a esta amenaza.
Madrid, marzo del 2022.
©MARIO VARGAS LLOSA./ EDICIONES EL PAÍS, SL 2022
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