Hernán Migoya es un escritor español, desfachatado y lenguaraz, al que le gustan las mujeres. Le gustan mucho, por eso las mira, las admira y las venera. Pero lo suyo no es pura arrechura de macho a quien se le cae la quijada cuando una señorita se le cruza en el camino. Qué va. A él le gustan las mujeres por sus ojos, sus piernas, su poto; pero también por cosas mucho más humanas: Migoya es capaz de dejar pasar a una rubia despampanante si le parece impostada o presuntuosa; y sin embargo, declararle su amor a la Tigresa del Oriente porque le enternece verla luchar por sus sueños. Porque el hecho de que una septuagenaria conquiste un mercado musical como el de YouTube, diseñado para adolescentes, lo hace babear.
Migoya está loco, qué duda cabe. Pero está especialmente loco por las mujeres peruanas. Cuando llegó en el 2005 a nuestro país, nunca imaginó que quedaría prendado para siempre de sus mujeres. Se casó con una, por supuesto, pero se dedicó a admirarnos a todas. Vive templado del empuje de Tula Rodríguez para hacerse sola, lo abruma la belleza de Magaly Solier casi tanto como lo angustia el racismo del que es objeto. Muere de ganas de abrazar a la tatuada Angie Jibaja porque está segura de que como toda mujer problemática solo quiere que la quieran. Tiene la agudeza suficiente para captar que Tilsa Lozano disimula su inteligencia para encajar en un mundo donde sus neuronas estorban. Cuenta que el día que vio a Emilia Drago, con su pinta de europea, bailarse una marinera como la mejor mochera se quedó hechizado para siempre. A Olenka la ama porque es conchuda, a Claudia Cisneros por treja, a Gladys Zender porque es serena.
Y la lista es más larga. Migoya describe a medio centenar de mujeres en un libro que se llama “50 peruanas de bandera”. En una suerte de cuaderno de recetas, el escritor se rinde ante la belleza de muchas mujeres (entre las que no estoy, no crean que esto es un autobombo) con el fin de convencer al hombre peruano que nosotras somos lo mejor de este país. Pero sobre todo, y acá está para mí la lectura más interesante: para recordarnos a todas nosotras que somos valiosas. Que, a pesar de vivir en una sociedad machista, luchamos por ser quienes nos da la gana de ser. Que a pesar de los prejuicios y la cosificación; ahí estamos con nuestras piernas, y nuestras tetas, y nuestro poto, pero también con nuestra sensibilidad, nuestra determinación, nuestra lucha, nuestra entrega.
Dice Migoya que lo único que le jode de las peruanas es que no se quieren como deberían. Que se esfuerzan demasiado por merecer. Que no se dan cuenta de todo lo que valen. Por eso, aunque muchos quieran ver en este libro las simples fantasías de un morboso, no es así. Migoya hace algo genial, usa lo que podría ser un formato machista y le da la vuelta para rendirnos un homenaje a NOSOTRAS. Para dejar en claro que el deseo no tiene nunca que traducirse en falta de respeto. Pero, sobre todo, para que en esas páginas nos encontremos todas. Nos reconozcamos todas. Y la verdad es que no está mi nombre en el libro, pero yo sí salgo. Y usted también. Solo dele una leída y se encontrará ahí, deseada, venerada, adorada.