Oigo, en tiendas políticas y en charlas al paso, que muchas cosas tendrán que esperar a un próximo gobierno, a un nuevo Congreso, a un nuevo humor nacional. Que Tía María ya fue, porque sus opositores no pasarán por alto que Humala la pegara de antiextractivista en su campaña y hoy sea condescendiente con quienes ponen miguelitos en manos de despistados campesinos. Que la unión civil ya fue, porque en el Congreso la necedad y pacatería otoronguil hacen mayoría simple. Que la reforma del Estado ya fue, que la lucha frontal contra la corrupción ya fue, que las facultades legislativas ya fueron.
Lo que perturba de esta resignación es que se presume realista y práctica, pero el pragmatismo no tiene que ser derrotista. Un año de humalismo como saldo es bastante para cumplir metas, establecer planes, comprometer presupuesto para inversión pública; y todo esto como acto de puro gobierno dentro del marco legal existente, sin respaldo congresal necesario. Humala también quiere ver –cual Castañeda– su nombre en las placas de grandes obras.
Tía María y la unión civil son proyectos entrampados en una correlación de fuerzas que en el año que queda no cambiará en lo esencial; de ahí el pronóstico amargo, pero todo lo demás puede seguir su curso normal sin temor a que sea bloqueado. En algunos casos, podría acelerarse. Lo ya legislado tiene que ser reglamentado; lo ya aprobado tiene que ser ejecutado. Y en el terreno de las facultades legislativas invocadas por Cateriano (y que congresistas oficialistas intentaron temerariamente empaquetar con el voto de confianza), el gobierno tiene la dorada oportunidad de presentarlas a la opinión pública, para ganar, a través de ella, la venia del Congreso.
Eso falta en la política peruana: un gobierno con vocería firme, que salga a hablar de futuro y no se agote en replicar denuncias y ofrecer investigaciones a modo de excusa. Que demuestre que gobierna con una ruta y que en el tramo final meterá pie en el acelerador. Obama, por ejemplo, tiene a su Congreso en contra,pero aprovecha esa correlación desfavorable para hacer pedagogía política en su electorado. Pues la coyuntura favorece el cambio de actitud: Ollanta, ayer mismo, probó lo fácil y pertinente que es tomar unos minutos de cadena nacional para lanzar un mensaje positivo: el restablecimiento pleno de la relación con Chile.
Cateriano ha demostrado que no es Elmer Gruñón ni un peón de Palacio. El puesto lo faculta y lo obliga a ciertas prerrogativas que la más bisoña Ana Jara no supo tomar. Por ejemplo, el diálogo personalizado con las tiendas políticas (a diferencia de las estériles mesas redondas de Jara), lo han preparado para obtener las facultades. Mientras Humala las comunica a la población, él las puede dialogar con los partidos.
Históricamente, los años electorales de fin de gestión no son temporadas muertas. Las aprobaciones presidenciales suben y la oposición se concentra en dar una cara propositiva a sus electores potenciales. Finalmente, los pocos meses de la transferencia suelen ser de importantes acuerdos entre quien se va pensando en su posteridad (y en evitar la judicialización de sus cuitas) y quien llega lleno de ambiciones. Para que no digan que los opinólogos somos pájaros de mal agüero.