Contra lo que se hubiera esperado con el crecimiento de los últimos años, la proporción de empresas informales, 3 de cada 5, sigue siendo tan alta como hace 20 años. Ello parece deberse a que, habiendo aumentado las ventajas de ser formal, han aumentado en la misma proporción las desventajas de serlo.
Primero, debe señalarse que, aunque dos tercios de las empresas continúan siendo informales, no necesariamente su grado de informalidad es el mismo. Si hace 20 años, millones de empresas e individuos eran desconocidos para el Estado y la economía formal, hoy la situación es diferente. La penetración de la bancarización, tarjetas de crédito y microfinancieras, que hoy llega casi a la mitad de los peruanos, muestra que allí la relación entre la informalidad y la formalidad es muy amplia. Y si vemos que el 100% de pymes tiene telefonía celular, podríamos decir que ya casi ninguna empresa es inexistente para el sistema empresarial. Todas tienen algún tipo de registro en el sector formal.
Paralelamente, el gran crecimiento económico impulsa a las empresas a formalizarse, tanto porque es más difícil para una empresa en crecimiento el pasar desapercibida para las autoridades como porque la formalidad facilita su funcionamiento. Por ejemplo, para acceder a un crédito empresarial a tasas convenientes o a un servicio de telefonía más adaptado a sus necesidades, los empresarios informales necesitan justificar sus ingresos y transparentar su situación. Quizá no para todos, pero sí para un gran porcentaje de informales, la suma de las oportunidades perdidas por la informalidad supera a los ahorros que obtienen al no pagar impuestos o tributos formales.
Por otra parte, para no quedarnos en solo temas de dinero, nuestros estudios muestran que la nueva clase media, los migrantes que crecieron en gran parte gracias a la informalidad, tiene como objetivo profundo obtener reconocimiento social para sus hijos. Ese que la informalidad les recorta.
Entonces, ¿por qué prefieren seguir siendo informales en lugar de integrarse a las ventajas crecientes de la formalidad?
Quizá porque mientras el plato de las ventajas de la formalidad crece, el de las desventajas crece de la misma manera. Si bien han disminuido los trámites para registrar una empresa, esos que Hernando de Soto mencionó en sus trabajos iniciales, también han aumentado las exigencias absurdas cuando se está dentro del sistema. Si pedir un permiso para edificar un taller puede demorar 2 años, ¿no es más barato hacerlo ya y pagar las “multas” informales necesarias? Si afiliarse a la seguridad social implica perder muchas horas para ser atendido, ¿no es más barato pagar la consulta en un hospital de la solidaridad? Si pagar impuestos exige decenas de horas de trámites, ¿no es mejor no tributar y correr el riesgo de una multa?
En fin, por el lado de la economía y la sociedad se están dando más estímulos para que los informales dejen de serlo, pero los frenos que pone el sistema a los formales se incrementan en vez de disminuir, manteniendo la balanza igual que hace 20 años. Felizmente, las últimas medidas propuestas por el ministro Castilla, siendo insuficientes, van claramente en la buena dirección de quitar costos a la formalidad, inclinando ese lado de la balanza hacia arriba. Ojalá vengan más.