La pongo como ejemplo perverso de espejo deformado donde no debe reflejarse nadie que tenga cercanía íntima con el poder. Al caso de Betssy Chávez le llamo síndrome, porque su comportamiento tuvo expresiones compulsivas, enfermizas. Quien busca aprovecharse del poder suele ser calculador y utilitario, cuidándose de no despertar sospechas o dejar huellas, pero Betssy chillaba –como el saquito a cuadros ya inmortalizado en el video de la precuela del golpe– su castillismo irresponsable.
Betssy se pegó como lapa a Castillo en la segunda vuelta del 2021. Traicionó al partido y a la bancada de Perú Libre, que presionaban a su candidato en busca de sus propias prerrogativas. Se convirtió en su vocera oficiosa, pues no hablaba en nombre de él, pero decía exactamente lo que había acordado en secreto con él. Varias fuentes me confirmaron esa relación íntima y opaca para los aliados. Ingenuos, algunos pensamos que buscaba generarle una nueva correlación sin Perú Libre, pero ahora confirmamos que nunca pensó en un plan sostenible.
Chávez, como ministra y congresista en la bancada de Perú Democrático que creó junto a Guillermo Bermejo (otro aprovechado de Castillo, pero no con un síndrome, sino con su propio proyecto político), no aportó gobernabilidad. Peleó con todos, cayó mal a otros ministros (Dina Boluarte y Alejandro Salas, por solo mencionar a dos, ‘la alucinaban’), promovió mociones y acusaciones contra otros poderes y, para rematarlo todo, colaboró en el golpe insensato. Por supuesto, también sacó provechos personales, como colocar a su novio y al padre de su novio, pero el síndrome va más allá del interés personal; es una enfermedad autodestructiva.
Hasta ahora, hay más evidencias del involucramiento de Betssy en el golpe que de Aníbal Torres. Torres, que en ese momento solo era asesor de la PCM, tiene la coartada de que estuvo al lado de Castillo por solidaridad; pero de Chávez sabemos que se encargó de la logística del mensaje, consiguiendo un equipo de TV Perú y desplazando al equipo de comunicaciones de Palacio que –los conozco– no se hubieran prestado para difundir ese mensaje de alucinados de poder.
El síndrome de Betssy puede replicarse en este gobierno y en cualquier otro. Veamos el caso de Grika Asayag, la asistenta personal de Dina Boluarte, recientemente defenestrada tras un reportaje de “Panorama” en el que nos enteramos de que está detrás de la prescripción de una propiedad a su favor con presuntas triquiñuelas. También está investigada por el Ministerio Público por su presunta participación en un pago millonario de Essalud. Personajes como este no solo confirman el mal ojo de las altas autoridades para elegir a sus colaboradores, sino que su entorno está sembrado de oportunistas con rasgos tan enfermizos que dejan huellas evidentes de sus maniobras y apetitos. Por eso buscan quedarse hasta el 2026.