El show de presidenciables de la Conferencia Anual de Ejecutivos (CADE) empezó con el stand-up comedy de Alejandro Toledo. Fiel a su estilo, apeló a la metáfora fácil: “matar la inseguridad”, “romper los candados de la burocracia”, “la fiesta no ha terminado”. Los aplausos que no pudo ganar en su exposición los trucó por risas en la ronda de preguntas y respuestas. Toledo conoce más el mundo que el Perú de los últimos años. Empleó generalidades para ocultar su desconocimiento: mejorar sueldos para atraer empleados públicos de calidad, disminuir la inseguridad para atraer la inversión privada. Propuestas que no requieren zoom, funcionan en el Perú, la India o California.
Keiko Fujimori escogió la táctica del karaoke: sus mejores momentos se basaron en no salirse del guion; cuando le tocó improvisar, sufrió más de la cuenta. Cuando es fiel al libreto, luce solvente, una política profesional que recorre de cabo a rabo el país constatando los obstáculos que enfrenta: informalidad, conflictividad social e inseguridad. Cuando se le inquiere en políticas económicas, se agota rápidamente. No tuvo reparos en caer en la tentación populista –shock de inversiones sin conocer con precisión las cuentas públicas–, ante un público que parece eternamente agradecido a su padre.
En César Acuña prevaleció el ridículo como cancha. Se presentó como un empresario y a la vez trabajador que ganó todo en la vida, “solo le falta ser presidente”. Para él, la garantía de un buen gobierno no se basa en programas o equipos, sino en el mérito propio. Conocer la pobreza no te hace mejor persona, mucho menos presidente. Su carta de presentación –el emporio de universidades que creó– es también su talón de Aquiles: una universidad que no es competitiva, no puede ser el emblema de una promesa política de educación de calidad.
Alan García hizo gala de prestidigitación. Criticó a los ‘vendedores de ilusiones’, pero hizo lo propio con una audiencia empresarial que cree en sus dotes de magia: “más del 6% de crecimiento anual”, “reducción de la pobreza por debajo del 10%”. Volvió a ganarse a ‘los dueños del Perú’ tocando las teclas que quieren escuchar: responsabilidad, antichavismo y Carranza en el MEF. García domina el arte de la política para conquistar a este tipo de auditorio: empresarios que conocen mejor los aeropuertos de Kuwait (en palabras de ellos mismos) que las calles de San Juan de Lurigancho.
Pedro Pablo Kuczynski entró en modo tecnócrata. Empleó una discusión más técnica que sus rivales. Su presentación evidenció la mano de su equipo: el énfasis en seguridad y en la lucha contra el narcotráfico son producto de sus recientes jales.
Fue quien más arriesgó respondiendo a las preguntas que sus propios asesores le pedían no pronunciarse: las pensiones de jubilación y las políticas de formalización laboral. Su honestidad brutal fue apreciada por el auditorio, que parecía más agradecido por el servicio a los intereses empresariales que entusiasmado por su candidatura.
Así, CADE dio la largada a la carrera presidencial con más de lo mismo. Las propuestas de Transparencia sobre reforma política no tuvieron eco en los candidatos, que ni se molestaron en referirse a la institucionalidad política. Para los empresarios, la inversión es todo, tu sed es nada.