Conocí Chile en 1965. Era un país respetado por su nivel de desarrollo económico y madurez política. Impresionaba la limpieza y el orden cívico de Santiago, su capital. En su reportaje sobre América Latina, publicado en 1942, John Gunther describe a Chile como “una de las naciones más agradables y civilizadas”. También menciona que los chilenos eran “predominantemente blancos”, aspecto que probablemente reforzaba el optimismo de muchos acerca de un país que ya estaba fuera de la categoría de los países “subdesarrollados” .
Las instituciones chilenas lideraban la ciencia económica en América Latina, y eso había motivado mi viaje. Me iniciaba en el BCR creando un curso de teoría económica y había coordinado para entrevistar a un joven recomendado para dictar el curso. Si bien la contratación se frustró, me quedó un recuerdo especial de esa entrevista, porque tres décadas más tarde ese mismo economista –Ricardo Lagos– sería elegido presidente de su país.
Pasó una década antes de mi siguiente viaje a Chile. En ese lapso, había sufrido un terremoto social, por el experimento izquierdista impuesto por Salvador Allende, por el golpe de Pinochet y las primeras medidas del gobierno militar. Tenía mucho interés en conocer las experiencias personales de los que habían sobrevivido esa guerra civil, pero me encontré con una fuerte renuencia para conversar sobre el tema. En parte, el silencio se debía al trauma de la división política.
Pasaron un par de décadas hasta que regresé a Santiago. Desde el aeropuerto me sentí en una ciudad que difícilmente podía relacionar con la que había visitado veinte años atrás. Era un día de sol brillante y mi taxista no paró de hablar con entusiasmo de su ciudad.
No he regresado a Chile desde ese momento de efusivo orgullo nacional, pero ha sido imposible no percatarme de la odisea chilena después de esa visita, incluyendo la destrucción por incendio de 81 de las 136 estaciones del metro.
Lo más sorprendente de la experiencia desarrollista chilena es que su imagen sea tan alejada de la realidad. Milton Friedman hablaba del “milagro chileno”, y se ha mantenido el estatus de un país “casi desarrollado” a pesar de los vaivenes y del tiempo transcurrido. Pero si comparamos el Perú con Chile, descubrimos que, si bien Chile nos ha ganado siempre en cuanto a imagen, los números del crecimiento económico han favorecido más bien al Perú. Así, desde 1900 el producto por persona de Chile creció seis veces, mientras que el peruano aumentó 11 veces.