Ya no es un horror, ya no es golpismo, ya no es una aberración jurídica; la vacancia es percibida, por muchos peruanos, como un sacrificio en pos de un sueño de paz restauradora. Se ve como una ruptura más para restablecer lo que nunca debió romperse. Suena enfermizo y patético; lo es en realidad.
La idea que crece –la podremos medir con cifras en las próximas encuestas– es volver al 2021 a elegir entre derecha, centro e izquierda, entre viejos conocidos y malos por conocer, entre ‘insiders’ y ‘outsiders’. El sueño clama mejores opciones que Pedro Castillo vs. Keiko Fujimori.
Sueños, mitos redentores, borrones y cuentas nuevas. Todo eso está en la dimensión del anhelo y no sirve de guía práctica. La oposición tiene que sumar votos y Pedro Castillo tiene que armar un Gabinete con menos margen de gobernabilidad que el que tenía meses atrás. La oposición, necesariamente, tiene que tender puentes hacia la izquierda. Ya lo hizo con los tres morados; ahora tiene el reto de hacerlo con Juntos por el Perú (JPP) y parte de Perú Libre.
Castillo tiene que gobernar con un presidente del Consejo de Ministros (escribo esto sin conocer a quién fichó) que le va a poner ciertas condiciones mínimas que quizá se las acepte, pero no se las cumpla. El presidente no es de fiar. Además, el fichado tendrá que conciliar sus decisiones y opciones con Vladimir Cerrón, a quien Castillo abraza cuando su noviazgo con la izquierda democrática entra en crisis.
¿Cómo mantener a raya a los pedigüeños maestros a quienes no les hace gracia volver a clases presenciales, al maximalismo ideológico de Perú Libre, a los asesores, amigos y paisanos que siguen pidiendo puestos y viendo ocasiones de rapiña mientras el Gobierno se consume? Del otro lado, ¿cómo hacer para que la oposición arme un frente contra la corrupción, como en el 2000, y no siga enrostrándose su resentimiento ideológico?
Si la derecha se la va a pasar riendo por las penurias de Avelino Guillén y de Mirtha Vásquez, mientras la izquierda repite el mantra de que con el fujimorismo todo hubiera sido igual o peor, ¿cómo cuidamos que la caja y la casa no se sigan vejando y se desmantele el aparato anticorrupción? El sueño vacador, en algún momento, tendría que trocar en pacto de renuncia presidencial, pero ese es otro sueño.
El sueño de la vacancia supone que habrá una transición presidida por alguien ajeno al castillismo, que Dina Boluarte renunciará abrumada por el descrédito castillista y no será un escollo al buscar una salida política a esa crisis, que el Congreso ya habrá elegido un reemplazo para María del Carmen Alva (pues lo de Manuel Merino solo se vive una vez). Pero ese lastimero sueño, repito, no tiene hoja de ruta, pues recién hay que imaginarla.
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