Las próximas elecciones constituirán la peor situación electoral de nuestra historia, pues tanto las leyes como la pandemia limitan el acceso de la población a información sobre los candidatos. Solo un gran movimiento ciudadano puede cambiar esa situación. Veamos.
Buscando equiparar las diferencias económicas, hoy la ley prohíbe contratar publicidad política en radio y televisión y la limita a lo que el Estado mismo provea. Pero en la franja electoral más de 20 partidos deberán competir por la atención del público, en solo 60 días antes de las elecciones. Demasiada información concentrada en poco tiempo.
Paralelamente, la no reelección hace que la mayoría de candidatos sean desconocidos y sin experiencia. Al votar, los ciudadanos no sabrán si el candidato es alguien que cumple con lo que promete y solo estarán seguros de que no conoce el cargo que podría asumir.
Peor aún, el COVID-19 imposibilita los mítines y desincentiva las visitas puerta a puerta, donde el candidato podría entrar en contacto con los votantes. Por otra parte la preocupación de los ciudadanos por la enfermedad, las cuarentenas y las vacunas, hace que el tema electoral sea relegado a niveles menores de interés.
Aunque se puede usar la prensa escrita, afiches, paneles e Internet, el financiamiento está restringido por ley tanto en montos como tipo de donantes. Además los paneles, afiches y diarios funcionan mejor en zonas urbanas, y el uso de Internet es alto solo en los más jóvenes y en los más educados. Millones de campesinos, amas de casa, adultos y personas poco tecnológicas quedan fuera del alcance de las redes.
Con tantas barreras es normal que los ciudadanos estén tremendamente confundidos, y no se deciden por ningún candidato. Eso porque identifican a unos pocos, a aquellos que son conocidos por razones ajenas a la política, o a los políticos que hicieron campaña en tiempos pasados, pero que no fueron considerados adecuados para elegir. Y porque saben que lo que conocen no es suficiente para decidir.
Esta terrible situación solo podría cambiar por la fuerza de los ciudadanos, cuya expresión no puede ser limitada por leyes. Si cada ciudadano consciente, cualquiera sea su preferencia política, se tomara el trabajo de llamar a otros diez para hablar sobre la historia, experiencia, ventajas, desventajas, mentiras y verdades de los candidatos, se crearía una cadena exponencial que reforzaría la democracia. Porque frente a las limitaciones que se presentan hoy, los ciudadanos tenemos el derecho y el deber de llevar la información a los grupos menos informados. Y quizás así el evento de abril será una verdadera fiesta y no una pesadilla democrática. Empecemos a llamar, ahora.
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