Enrique Planas

Quién sabe si ganará alguna vez el Premio Nobel. En todo caso, el Princesa de Asturias de las Letras, recientemente anunciado, le servirá para envolver el ego en un smoking el próximo 28 de octubre, mientras brinda con Meryl Streep, elegida en la categoría de las artes. Sin embargo, las medallas que el japonés sí tiene aseguradas son las que ha conseguido por participar en las de Tokio, Atenas, Boston o Nueva York. No se trata de premios consuelo. Cruzar una meta, aunque otros miles la hayan alcanzado antes, resulta mucho más grato que ver manoseado tu nombre, cada año, en las quinielas de apuestas de cada otoño en Estocolmo.

Y es que la literaria de Murakami va paralela a la de su vida atlética. Con 74 años, lleva publicados más de 30 libros y una cantidad parecida de maratones. El teclado y las zapatillas, la carretera y la página en blanco, se le confunden. En “De qué hablo cuando hablo de correr”, verdadero ‘best seller’ del ‘running’, el autor comparte una autobiografía que discurre tanto sobre su condición de corredor como de su vida como novelista; es decir, de cómo llegó a ser ambas cosas con pasos esforzados, pasada la treintena y renunciando al club de jazz que regentaba cerca de la estación de Sendagaya, en Tokio.

Tengo amigos a los que admiro pero que nunca podré entender. Que se despiertan de madrugada para correr y regresan compartiendo una sonrisa tonta, orgullosos de sus 10 kilómetros recorridos. A mí, de pequeño, me enseñaron la historia de Filípides, que conectó a paso ligero los 40 kilómetros que separan Atenas de Maratón, con el propósito de informar de la victoria frente a los persas y, con ello, evitar que los atenienses, presas del pánico, quemaran la ciudad antes de entregarla al enemigo. Tras dar la primicia, cayó fulminado de agotamiento, algo que me enseñó tempranamente que las tranquilas caminatas serían lo mío.

Un amigo ‘runner’ ha pasado horas, en evangélico propósito, explicándome teóricamente la técnica que le permite gozar del esfuerzo que supone una carrera. Me habló de la pisada correcta, del ritmo respiratorio, de mantener la cabeza recta y los hombros relajados, los brazos formando un ángulo de 90 grados, ligeramente separados del tronco. Me revela dos particularidades del correr que muy pocos deportes ofrecen: primero, que el atleta compite solo consigo mismo. Segundo, que la carrera es un ejercicio comunitario: sumarte al camino junto a miles disuelve cualquier cansancio. La edad, ciertas decepciones y la conciencia de una creciente vacuidad del oficio literario me han enseñado lo absurdo que resulta envidiar a escritores. Sin embargo, sí que me pongo verde de celos cuando veo pasar a un entusiasta ‘runner’ a mi lado en la vereda, llevando gozoso el ritmo de su respiración y sus zancadas cortas, apoyándose entre el talón y la punta en cada pisada.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Enrique Planas es redactor de Luces y TV+

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