Denuncio nuestra hipocresía. Lo digo en primera persona plural porque no me puedo zafar de ella: yo también, como probablemente usted, en algún momento he dicho zamba canuta a los israelíes por excederse contra los palestinos gobernados por Hamas; y lo mismo les he dicho a los jueces que aquí excarcelaron a la cúpula del Movadef (bueno, he sido más inclusivo, mis invectivas abarcaron a policías y fiscales que probablemente hicieron mal su trabajo).
¿Por qué la doble moral, la mía y la suya? Porque el mismo corazón que nos hace viajar a otro hemisferio nos empuja a la franja de Gaza y late más fuerte por los civiles que no tienen más refugios que los de la ONU, e igual han sido bombardeados porque Israel sostiene que son usados por Hamas para esconder misiles y planificar su red de túneles; pues ese mismo corazón nos pide, aquí, que metamos a la cárcel a un grupo que no levanta las armas, ni pide levantarlas, pero reivindica a quienes lo hicieron en el pasado.
Tenemos el corazón partido y por eso pecamos de hipócritas. Si aplicáramos al Medio Oriente el mismo razonamiento local, práctico y realista, por el que pedimos la máxima condena a quienes hacen apología de un mal que solo conduce a la destrucción propia y ajena, seríamos más ponderados ante el conflicto lejano.
Sucede que aquí estamos lejos del miedo al fundamentalismo islámico (tenemos otros miedos prioritarios), que sí cunde en países de importante migración islámica y que han sido víctimas de atentados terroristas, como lo fue Estados Unidos en setiembre del 2001. Por eso, por algo tan simple y tan trágico, en Estados Unidos y en Europa hay más tibieza al condenar a Israel que en Sudamérica. Aquí no hay razón para que cunda ese miedo al terror que, probablemente, albergue un inconfesado deseo de exterminio de su fuente y, por eso, quisiera hacerse de la vista gorda ante la arremetida israelí.
Dejémonos de hipocresías. Aprovechemos la lejanía no para ser contundentes, sino ponderados. Si aborrecemos ese círculo sangriento de poderío militar extremo que al atacar no doblega, sino que provoca un terrorismo fundamentalista, pongámonos en todos los zapatos. Los del civil palestino que tiene que confiar en su gobierno porque no le queda alternativa, los del civil israelí que quiere acabar con la fuente de su miedo, los del dirigente de Hamas y del militar israelí, que, probablemente, se ven ya cegados por una lógica de exterminio del enemigo como única solución del conflicto. Achaquemos al Gobierno de Israel la desproporción de bajas y no le concedamos coartada para matar a niños y civiles inocentes; pero condenemos, también, a Hamas por haber puesto en práctica una ofensiva difusa, salpicada de sangre, que ha convertido en noticias más sus atentados que sus reclamos.
Es bueno que Torre Tagle se haga de un perfil en la diplomacia internacional, pero no basta mover embajadores y hacer saludos a las banderas de la paz, sino propuestas concretas para que Israel haga concesiones a Palestina y Hamas afloje el puño en nombre del bienestar de su población. Con ese mismo espíritu de ponderación, debemos enfrentar el reto del Movadef.