/ Carla Pat
Fernando Vivas

Más reprobable que la disolución del Congreso es que Martín Vizcarra permita que un procurador denuncie a Pedro Olaechea por usurpar funciones. Disolver fue polémico, cuestionable y temerario; pero fue hecho –no lo dudo– en la creencia de que era lo mejor para el país luego de que se archivó el proyecto de adelanto de elecciones.

En cambio, denunciar a Olaechea a través de un procurador (Vizcarra y el primer ministro Vicente Zeballos alegan que este lo hizo en ejercicio de su autonomía, pero tampoco han criticado su actuación) es mezquino, abusivo y torpe. Hasta parece que el Ejecutivo también quiere decidir por el TC. ¿Otro usurpador de funciones, entonces?

Después de la paliza a la oposición, cabe la magnanimidad. La teoría de ‘pisa a la cucaracha y asegúrate de que esté muerta’ es odiosa e inhumana, salvo que se trate de organizaciones criminales. No es el caso aquí. Hubo bancadas y hay partidos convocados a unas elecciones que estos no buscaron. Por lo tanto, lo menos que puede hacer el gobierno que los está forzando a competir apuradamente es asegurar las condiciones para que presenten a sus mejores cuadros. Voy un poco más lejos: se impone un acuerdo para revertir la no reelección, pues ese bárbaro recorte al derecho de participación política va a causar estragos en nuestra representación.

Por el otro lado, Pedro Olaechea ya cansa. Su pelea parece fruto del negacionismo de la realidad y del duelo, más que de los principios y los legítimos intereses políticos. Si se debiera a estos últimos, estaría articulando argumentos y fuerzas opositoras a Vizcarra, que buena falta hacen, en lugar de aparecer como alguien que quiere revivir un muerto que espanta. ¿Quiere ser un líder conservador o un zombi?

Las bancadas ya fueron, es la hora de los partidos, de los firmes y de los cascarones. Es hora de que los líderes y los dirigentes que no han estado en el Congreso ajusten cuentas con aquellos que dejaron que las cosas llegaran a tal punto que Vizcarra les mandó un misil en la línea de flotación (o disolución, que fue lo mismo).

Vizcarra no tiene partido ni bancada, sino un grupo de leales a los que tiene urgentemente que remozar y reforzar (por ejemplo, el ministro Jorge Meléndez ya empezó a desangrarse lentamente tras la denuncia de “Panorama” sobre la presunta injerencia para conseguir empleo a la madre de un hijo suyo). Tiene que hacer gestión y política sin el Congreso que le servía para distraernos. Ya lo disolvió, olvídelo y no lo siga usando de ‘sparring’. No se puede retroceder el reloj a antes del 30 de setiembre. Párenla, ya.