No voy a cantar el himno, pues me dejan frío todas sus estrofas, las de José de la Torre Ugarte y la apócrifa, según resolución del Tribunal Constitucional Exp. 044-2004 y según Alan García, que prohibió cantarla en actos oficiales. (A propósito, qué cobarde PPK: reivindicó lo de “largo tiempo el peruano oprimido” por ser una verdad histórica, criticó a Alan por arremeter contra ello, este lo guapeó en nombre de los que “no servimos otra bandera”, y PPK arrugó).
Cito esta polémica tuitera de manganzones porque ilustra muy bien los peligros coactivos y acomplejantes del ‘revival’ patriótico que ya nos dura más de 15 años. Este ‘reflujo de identidad enervada’ surgió a fines de los 90, durante y a pesar del fujimorismo, con la fuerza de un río subterráneo que ni roza la inestabilidad superficial de la política. La transición de Paniagua y los 3 gobiernos democráticos que siguieron han intentado, infructuosamente, nadar en él. Pero no han podido. La desaprobación y desconfianza en poderes e instituciones del Estado es ajena a la convicción de que tenemos que levantar nuestra autoestima de peruanos ‘paltosos’.
¿Por qué se enervó esta convicción y la emoción aún no vuelve a sus cauces normales? No lo sabemos a ciencia cierta, pues el misterio de los ciclos que surgen y desaparece es casi insondable; pero sí me atrevo a dar dos pistas: 1) es una reacción a un muy largo ciclo de pesimismo, y 2) la globalización que se intensificó con las redes sociales y las redes familiares migrantes nos ha hecho ver que, después de todo, no estamos en el peor de los rincones de este mundo.
Así surge, más o menos, el ‘revival’, ¿pero por qué no cesa de una buena vez la comezón chauvinista y deja paso a un modo sereno y ‘cool’ de ser peruano? Ya se han afirmado internacionalmente algunos símbolos de orgullo, como Machu Picchu y la gastronomía, pero seguimos angurrientos y trémulos, con la cuchara en una mano buscando un gringo para darle un bocado de cebiche –“¿te gustó?”, le preguntamos con el corazón en la garganta hasta que nos diga que sí– ; la otra mano ‘googleando’ para buscar el puesto que ocupamos en algún ránking de maravillas y rogamos a Dios estar al menos entre los top ten.
Lo digo de una vez: el patriotismo no solo surge del orgullo de ser peruano, sino de la inseguridad de serlo. Por eso solemos ponernos patanes e intolerantes cuando queremos obligar a alguien a adorar forzosamente lo que consideramos referentes imprescindibles de identidad. Mismo ‘peruano que se respeta se sabe la sexta estrofa del himno’, o alguna otra agresiva sentencia. Por eso nos indignamos gratuitamente al saber que otro país comercializa un producto que asumíamos peruano pero que es legítimamente apropiable por cualquiera, como las alpacas, la quinua o la maca.
Por todo esto, mi pacto patriótico personal es afirmar mi derecho a la peruanidad libre y abierta a compartir solo lo que me provoque compartir. No me acomplejo por detestar y olvidar la letra del himno, pues cada día me comprometo a oír, leer, ver más música, literatura y cine peruano. No me inhibo de criticar lo peruano mediocre, pues el componente valorativo es fundamental para pasar de un chauvinismo inseguro a un patriotismo maduro.
Felices fiestas a los que se quedaron en casa o se fueron de viaje –aunque te vayas lejos no puedes huir de ser peruano–; felices fiestas a los que zapean en la tele el desfile de tiempos idos pensando en el futuro.