Cuando empezó mi vida, no existían datos del PBI ni de la pobreza. La producción y la insuficiencia material han sido parte de la condición humana desde siempre, pero eran realidades nebulosas, interpretadas a su manera por cada persona, y sin la disciplina que impone una contabilidad basada en definiciones exactas y en metodologías compartidas. El debate público se realizaba sin datos que sirvieran de anclas para limitar las subjetividades, y los funcionarios debían navegar sin la ayuda de un tablero de instrumentos.
El invento de la estadística del PBI empezó en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y por su evidente utilidad para la formulación de las políticas monetarias y fiscales su adopción fue viral en casi todo el mundo, llegando al Perú pocos años después a través del BCR. Cuando me incorporé a esa institución durante los años 60, mi primer encargo como economista profesional consistió en dirigir un perfeccionamiento de esa nueva práctica estadística.
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La estadística de la pobreza se inventó también en EE.UU., pero recién en 1965 como propuesta de una funcionaria del Seguro Social, Mollie Orshansky, quien buscaba un instrumento práctico para las decisiones administrativas de otorgar o no otorgar subsidios a una familia. La adopción de esa práctica por otros países fue impulsada por el Banco Mundial. Nuevamente me tocó contribuir a la creación estadística en el Perú, a través de un estudio de la distribución del ingreso enfatizando las raíces productivas de la pobreza. El Perú fue el segundo país en el mundo donde el Banco Mundial propició la medición de la pobreza, a través de una encuesta de hogares realizada en los años 1985-86. Esa tarea fue continuada durante varios años por iniciativa del Instituto Cuánto, hasta que, finalmente, el gobierno empezó a realizar la medición de la pobreza en forma anual.
Hoy es impensable no contar con los resultados de mediciones frecuentes del PBI y de la pobreza. Pero la ola cuantitativa llega mucho más allá de esos dos datos, reflejándose en una masificación mediática de los números. Una novedad más reciente ha sido la multiplicación de encuestas de opinión, que tocan una gran diversidad de aspectos de la vida. Un resultado del hambre cuantitativo se ha reflejado en los pedidos recibidos por el INEI de todos los ministerios, además de diversas entidades no gubernamentales, para incluir nuevas preguntas en el censo que se llevará a cabo este año.
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Estando en el umbral de un nuevo mundo, altamente calibrado, donde casi toda actividad es guiada o regida por números, se impone una reflexión acerca de la suficiencia y calidad de esa información. Contamos con una oficina nacional de estadística de alta calidad profesional, pero la nueva importancia de la estadística parece exigir un salto adelante, no solo para ampliar la oferta estadística, sino también para asegurar la integridad de ese trabajo. Desde hace una década el INEI aplica, con excelentes resultados, una práctica de buen gobierno corporativo a través de una comisión asesora y de vigilancia de expertos independientes, el Comité Asesor de Medición de la Pobreza. Es un buen momento para considerar una extensión del papel de la asesoría y vigilancia para cubrir el trabajo de tanta importancia que realiza el INEI.