Primero se dijo fraude. Si el ganador es ilegítimo, entonces no hay nada que vacar, nuevas elecciones y contar de nuevo. La ilusión de ese extremo duró poco. El Jurado Nacional de Elecciones (JNE) la canceló. Al otro extremo tampoco le duró la ilusión. Desde su primer día, cuando fichó a Guido Bellido como titular de la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM), Pedro Castillo erró en todo y se instaló la fatalidad: todos los caminos llevan a la vacancia y a sus 87 inalcanzables votos.
Atajos no hay; por el contrario, son caminos largos que prometen menos votos y más legitimidad, pero desesperan a la angurria vacadora. De este extremo surgió una idea: destituirlo a través de un juicio político. El proceso se puso en marcha con una acusación constitucional. Los votos necesarios son menos de 87 (solo una mayoría simple, descontados los miembros de la Comisión Permanente), pero interviene la justicia, complicando y dilatando todo. Además, el motivo escogido, la traición a la patria, es muy forzado.
Por lo tanto, la angurria anticastillista nos devuelve a la vacancia ‘express’. Más ‘express’ sería la renuncia, que depende de una sola firma, pero la mano le pesa demasiado a Pedro Castillo. Por una vez, derecha e izquierda coinciden, pero se estrellan contra la falta de voluntad del único de quien depende. Salimos de ese círculo vicioso y estamos de nuevo en la vacancia.
La izquierda sugirió otro camino, el adelanto de elecciones. Se necesita aprobarlo con una ley de reforma constitucional en dos legislaturas; demasiado para la angurria vacadora. El expresidente Francisco Sagasti le añade una envoltura a esta propuesta: que sea una iniciativa ciudadana. No se ha ofrecido a liderarla, porque no tiene ya vínculos con los morados o porque sabe que la gente responde poco a los partidos.
Al defender su propuesta, Sagasti dijo que Castillo no distingue el bien del mal. ¿No es esa una manera de definir la incapacidad moral permanente? Con lo que volvemos a la vacancia y a la causal que ya venimos estirando como chicle en seis oportunidades (una vez con Alberto Fujimori, cuando se le vacó por el prurito de no aceptar su renuncia, dos veces con Pedro Pablo Kuczynski, aunque de una se salvó y en la otra prefirió renunciar, dos con Martín Vizcarra y dos con Castillo, incluyendo la que está en curso) sin que el Tribunal Constitucional se haya dignado a precisar su significado y alcances. La vacancia ya es una tradición política para intentar salir del peor de los entrampes.
La angurria vacadora puso el reloj de arena antes de tiempo, cuando recién estamos tras la pista de las mafias ancladas en Palacio de Gobierno, cuando el propio Congreso de la República no sabe cuántos ‘niños’ hay (miren, pues, al manganzón Enrique Wong de Podemos Perú visitando castillistas), cuando los fujimoristas están paralizados por el indulto. Con tanta niebla, es imposible predecir lo que pasará tras el debate de la vacancia el próximo lunes.
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