“La candidata Beatriz Mejía [ha puesto] en duda el número de mujeres violadas en el Perú”.
“La candidata Beatriz Mejía [ha puesto] en duda el número de mujeres violadas en el Perú”.
/ DIFUSION
Patricia del Río

Con una persona que tiene ideas distintas se puede polemizar, se puede discutir e incluso se puede llegar a consensos. Con un fanático no, porque lo suyo no son las ideas sino las creencias. Lo suyo no son los argumentos sino los dogmas. La política y la religión han sido tradicionalmente los espacios en los que florece el fanatismo: creer en un dios verdadero que ordena el mundo o defender un modelo de organización de la sociedad como el único válido puede llevar a mucha gente a la intolerancia, a la ceguera y a la irracionalidad. Puede hacer que se desarrolle un pensamiento paranoico, según el cual todo el que no piensa como yo es mi enemigo y quiere destruirme.

El famoso “si no estás conmigo estás contra mí” provoca que los fanáticos se vean a sí mismos como víctimas y que sientan que deben luchar por defender un orden del mundo inamovible. Hitler estaba tan convencido de la superioridad de la raza aria que se dedicó a exterminar a los que pusieran en peligro esa supremacía, Stalin construyó la Unión Soviética sobre millones de cadáveres de quienes se oponían al régimen comunista, está cimentando su socialismo del siglo XXI sobre la desgracia de su propia gente y y Jair Bolsonaro están dispuestos a hacer explotar el planeta porque no creen en el cambio climático. Para los antiguos y para los modernos irracionales, no hay ciencia o evidencia que los haga cambiar de opinión.

En los últimos 20 años de vida democrática en el Perú, hemos asistido al nacimiento de diversas propuestas políticas: algunas de derecha, otras de izquierda, algunas más articuladas que otras, pero no habíamos experimentado el nacimiento de líderes fanáticos. Los últimos irracionales que tuvimos que padecer fueron los terroristas de Sendero Luminoso guiados por la bestia de Abimael Guzmán. La intolerancia, el desprecio por el otro, les costó la vida a miles de peruanos, tantos que ni siquiera nos hemos atrevido a contarlos bien.

Y acá estamos, dos décadas después, viendo cómo empiezan a abrazarse otras banderas irracionales en nombre del bien común: la creencia de que la familia tradicional es una imposición biológica y no un constructo social, la convicción de que la homosexualidad es un problema que debe ser exterminado, la extraña defensa de la supremacía del hombre sobre las mujeres, están generando propuestas políticas agresivas que excluyen al otro al que hay que destruir como si fuera el enemigo.

El del partido Solidaridad Nacional comparando a sus rivales de izquierda con asesinos y terroristas o la candidata Beatriz Mejía poniendo en duda dan cuenta de que el pensamiento paranoico está en marcha y pretende llegar al Congreso. Son solo una muestra de que acá también se cocinan futuros Maduros y Bolsonaros con su prepotencia, su rudeza, y su reducida y mezquina visión del mundo.