(Foto: El Comercio)
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Patricia del Río

Imagínese que nos atacara una enfermedad que ya hubiera infectado a más de 17 mil peruanos en lo que va del año. Imagínese que se reportaran 63 nuevos casos diariamente. Imagínese que el 90% de los casos de contagio fueran mujeres, y el 70% adolescentes entre 13 y 17 años. Imagínese que para ser atacado por este mal uno ni siquiera tuviera que salir a la calle, que estando en su casa o en su escuela sería suficiente para estar infectado.

¿El escenario le parece apocalíptico? Pues lo es: esas son las cifras de denuncias por agresiones sexuales en el Perú en lo que va del 2017. Si esto fuera el ébola o la gripe AH1N1, tendríamos a todo el sistema de salud pública tratando adecuadamente a los enfermos, al sistema educativo concientizando sobre cómo prevenir y no expandir el contagio, habría campañas nacionales, padres y madres participando activamente…

Pero nada de eso ocurre. Ni el Estado ni la sociedad están a la altura del drama que vivimos. Y el dato más fidedigno de lo mal que comprendemos el problema es pretender solucionarlo con la . Todos quisiéramos (y me incluyo) ver muerto a un violador. Sin embargo, más allá de los aspectos éticos y morales, que no vamos a discutir acá, debiéramos preguntarnos si ese es el remedio que buscamos para combatir la peste que ya se instaló entre nosotros.

Las violaciones ocurren todos los días, en todos los lugares, a todas las horas. Hemos identificado al agente patógeno que las produce: es ese poco hombre que cree que su masculinidad y pequeñez serán superadas abusando del cuerpo, el alma y el espíritu de una mujer. Y yo les pregunto qué vamos a hacer con ellos: ¿Vamos a matar al profesor que obliga a una adolescente de 13 años que se baje el calzón mientras se masturba mirándole la vagina? ¿Acaso un juez va a darle pena de muerte a ese tío que violó a su sobrina de 21 años en una fiesta? ¿Y cómo hacemos con el que se masturba sobre el jean de la universitaria en el Metropolitano? Ganas de matarlos a todos no nos faltan, pero seamos realistas, eso no va a pasar. Así que pedir la pena de muerte para una enfermedad como esta equivale a tratar de combatir una peste que se extiende a velocidad del rayo con una vacuna experimental que solo se le puede aplicar a tres ciudadanos de cada 10 mil. No sirve.

Empecemos por prevenir, y para eso necesitamos dejarnos de mojigaterías e impulsar una educación en la que se hable de sexo, de deberes y derechos y de igualdad en los colegios. Apliquemos penas severas y efectivas a todos los agresores, desde el que le deja el ojo morado a una mujer hasta el que viola a una niña. Generemos conciencia: pongámonos de una vez del lado de las víctimas. Las que estamos siendo atacadas por este virus somos principalmente las mujeres, a nosotras nos ocurre, a nosotras nos persigue, a nosotras nos mata. Si no nos unimos todos en esta lucha, la próxima víctima puedes ser tú, tu hermana, tu mamá, tu hija, tu conciencia.