Y como no podía ser de otra manera la presidenta del Congreso, la señora Ana María Solórzano, despidió su gestión con un escandalete: con plata de todos los peruanos, se gastó 335 mil soles (la friolera de 100 mil dólares) en billeteras de marca para regalarles a todos los que trabajan en el Parlamento.
“¿Está mal que los trabajadores de limpieza reciban el mismo regalo que los congresistas?”, se preguntan sus defensores; y la sola pregunta da cuenta de lo lejos que estamos de comprender que el Estado no es un botín que cada uno saquea a su gusto para quedar bien con los demás. Por supuesto que no tiene nada de malo que los trabajadores de limpieza reciban los mismos regalos que los congresistas, así debiera ser siempre. Es más, bien harían los legisladores en rechazar sus regalos para que la bolsa que se gasta en el personal que menos gana sea más grande. Lo que está pésimo es que, en un país con tantas carencias, reine nuevamente la frivolidad y el despilfarro. ¿Les preguntó la señora Solórzano a esos trabajadores de limpieza, que hizo sentar en la conferencia de prensa respaldando su decisión, si querían billeteras de cuero? ¿Se puso a pensar por un momento que tal vez ese dinero podía gastarlo mejor y de manera más provechosa?
El asunto parece menor pero no lo es; va de la mano con muchos otros comportamientos del sector público que significan gastos superfluos para un país al que no le sobra la plata: por ejemplo, a fin de año cada oficina del Estado, por más insignificante que sea, suele enviarnos unas memorias de gestión en papel a todo color y llenas de fotos de sus funcionarios que, por supuesto, nadie lee. ¿Por qué ese tipo de publicaciones no se hacen online o se reparten en formato digital y así nos ahorramos mucha plata y muchos árboles? El programa Juntos, por ejemplo, mandó hace unos meses una bella publicación en formato libro de lujo con las fotos y testimonios de sus beneficiarios. Lindo todo, pero ¿no hubiera sido mejor invertir ese dinero en supervisar que los cajeros del Banco de la Nación no se roben el dinero de los ancianos?
Seguro que no se trata de montos millonarios, pero ese no es el punto. En el Estado cada sol mal gastado vale millones porque es un sol que no se invierte en salud ni en educación ni en infraestructura. Por eso, cada vez que llega un funcionario a los sets de RPP seguido de personal de prensa, asistentes, fotógrafo, camarógrafo y miembros de seguridad (a veces no hay espacio ni para caminar), uno se pregunta: ¿por qué con nuestra plata? ¿No viaja acaso el primer ministro inglés solo y de pie en el metro como cualquier ciudadano común y corriente?
Y para los que creen que mucho más graves son las coimas brasileñas con las que se habrían aceitado varias licitaciones en nuestro país, estamos de acuerdo. Pero, en escalas distintas, forman parte del mismo problema que consiste en entender el Estado como un botín que cada uno asalta a su antojo. Y si somos incapaces de indignarnos por el despilfarro diario que ocurre ante nuestras narices, ¿cómo esperamos detener los grandes robos?