Nuestro primer enemigo es el coronavirus, pero nuestro segundo enemigo es el pánico. Pésimo consejero, este podría llevarnos a un nivel de deterioro social y económico sin precedentes, más grave aún que el que se vislumbra hoy a escala nacional e internacional. Hasta el momento nuestros líderes políticos se han sabido conducir con madurez y pragmatismo.
Y así deben seguir. Poniendo por delante el bienestar de la gente y diseñando políticas sociales que favorezcan a las mayorías. Las minorías han gozado de una prosperidad construida en los últimos 30 años, a partir de las medidas de ajuste económico de 1990 y con la Constitución de 1993, y son las mejor preparadas para resistir lo que se viene. Dicho esto, vale la pena apuntar a una amenaza que abre sus fauces, cebándose en la desesperación y el pánico de muchos que seguirá más allá del 12 de abril.
Si se hiciera una encuesta, seguramente la mayoría aprobaría que se dicten normas para suspender el cobro de intereses derivados de créditos bancarios mientras dura la emergencia. O controlar precios de alimentos y medicinas “porque es lo más justo en un momento de crisis, desempleo y drástica caída de los ingresos”. En el Congreso hacen cola diversos proyectos que aspiran a “un orden más justo”, olvidando que ese controlismo e intervención política en la economía ya le hizo un grave daño al Perú. Recuerdo cómo vivíamos en los años 70 y 80. Créanme que la palabra ‘justicia’ asomaba por doquier –incluso cuando se fijaban topes al precio de los alquileres–, pero era mentira. Y lo pagamos muy caro.
El populismo y la demagogia toman fuerza cuando el pánico gobierna a quienes deberían tomar las mejores decisiones (y comienzan a pensar en las elecciones del próximo año). Toca al Ejecutivo mantenerse firme y a la oposición ser responsable en lo que aprueben. El Estado debe poner recursos (el bono y cualquier otro beneficio que reactive la economía de las familias) para evitar la parálisis y el deterioro social. Y también le toca financiar el enorme esfuerzo en atender las necesidades en salud y educación que el COVID-19 ha instalado entre nosotros. Solo la contención del coronavirus significará una inversión sin precedentes para el Perú y el mundo.
Y sin ser economista me permito una reflexión final: yo, como muchos, escogí el banco con el que trabajo porque está “donde más” lo necesito (factor geográfico), pero después de esta emergencia quizás prefiera trabajar con los que están “cuando más” se les necesita (factor solidario, empático si se quiere). En un mundo donde la reputación es clave, harían bien los bancos en tomar la iniciativa y revisar los intereses de quienes en verdad lo necesitan.
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