Cada vez que un político o un gerente de relaciones institucionales sale a justificar el descalabro de una iniciativa porque “faltó comunicación”, a San Francisco de Sales se le forma una nueva piedra en la vesícula. La comunicación no es una etapa o un compartimento estanco que deba colocarse en el cronograma de un proyecto: es el fluido que debe contener todos los elementos de la idea desde su nacimiento para facilitar su llegada a un buen destino. Algo así como el plasma en la sangre.
Toda nueva idea –sea tecnológica, política o comercial– debe ser traducida a un concepto atractivo, tener un nombre adecuado, públicos definidos y medios rentables, y lo ideal es que esta construcción estratégica se forme a la par que ella.
Esto adquiere real importancia si admitimos que a la mayoría de seres humanos nos gusta permanecer en nuestra zona de comodidad, y que siempre será grande la tentación de quedarse con lo mediocre conocido antes que con lo estupendo por conocer. Conocer las verdaderas motivaciones detrás de las escogencias y los incentivos emocionales para que alguien adopte una causa son temas principalísimos que las organizaciones suelen dejar en el escalafón de los proveedores o de la plana ejecutiva, cuando este conocimiento profesional debería estar, desde el inicio, junto a las decisiones matrices. ¿No es patético el caso de los jerarcas políticos que nombran a sus partidos con nombres alejados de las personas y que diseñan su símbolo en la servilleta de un restaurante? ¿No es preocupante que las industrias extractivas hagan planes de factibilidad y que el rostro de las poblaciones sea el que menos aparece en los directorios?
Son estos directorios, justamente, las instancias que dictan la política y el espíritu detrás de las decisiones de las organizaciones. En todos los que he conocido –salvo en uno– hay asientos bien encuerados para abogados, financistas y contadores, los hombres encorbatados que saben de derecho y de las implicancias que habría de ampararse bajo determinada ley; los cerebros que conocen las fluctuaciones del mercado de capitales y las mentes despiertas que saben lidiar con los recaudadores de impuestos. Con quienes nunca me he topado en esos asientos directivos es con personas que han pasado su vida tomándole el pulso a las veleidades de la gente, cuando es la gente, finalmente, quien decide el éxito de lo que se discutirá en esas mesas. Cierta vez bromeé con el director de una empresa que construye gasoductos –donde la voz dirigente la tenían los ingenieros– que el lugar ideal para que ellos trabajen es un planeta deshabitado. Hacer obras de impacto donde residen personas con sueños, expectativas y deseos de reivindicación –u ofrecerles un sueño político o un servicio novedoso– implica contar con la sensibilidad y la técnica necesaria para que esa idea sea acogida y no solamente tolerada. Solo por eso, sería bueno ver en esos directorios a comunicadores y a estudiosos sociales responsables.
Tratar luego de resolver las carencias con notas de prensa es como detener aluviones con barreras de papel, un milagro que dudo que realice el patrono de los comunicadores.
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