Querida madre, no te preocupes, jamás haría eso, aunque muchos amigos y amigas me dicen que pagarían por tener una madre como tú. Y aunque suene a una frase cariñosa y de reconocimiento a tu generosidad, hoy es posible subastar no solo objetos sino a los seres humanos o parte de ellos a través de las redes sociales.
Por una parte, tenemos las subastas clásicas, en que millonarios, museos o fundaciones pujan por adquirir objetos artísticos o antigüedades en casas prestigiadas mundialmente como Sotheby’s o Christie’s, para completar colecciones de museos o complacer el deseo de un coleccionista privado que busca piezas exquisitas que a veces apenas muestra a otras personas. Finalmente, como sucede en los últimos años, las grandes empresas –sobre todo, no occidentales– adquieren obras artísticas o mobiliario a sumas astronómicas, para mostrarle a los inversionistas occidentales una imagen de poderío (todos reconocemos las piezas de Van Gogh o Picasso), logrando ventas que parecen de locos. Hace unos días se subastó uno de los sombreros de Napoleón (uno de los 19 bicornios acreditados, de los 120 que usó en su reinado) por la extraordinaria suma de 2 millones de dólares. El comprador fue un empresario surcoreano al que le interesaba el sombrero porque las gestas de Napoleón coincidían con la visión de su empresa. Estoy segura de que la exhibición de este sombrero (nada especial en su manufactura, dicho sea de paso) asombraría a cualquier inversionista en este mundo de negocios globalizados. Por otra parte, inversionistas como Bill Gates compran el Códice Hammer de Leonardo da Vinci en una subasta por 30,8 millones de dólares y un Picasso (“Desnudo, hojas verdes y busto”) fue adquirido por un millonario anónimo por la exorbitante suma de 106,5 millones de dólares.
Nada de malo con este mercado de bienes de lujo, donde los precios se establecen bajo criterios bastante caprichosos en razón de la demanda de los compradores, la escasez de los productos, su antigüedad o su significado (por ejemplo, prendas de artistas famosos y de vida trágica).
Sin embargo, las subastas no solo se realizan hoy en las prestigiosas y antiguas casas de subastas, sino por infinidad de portales en las redes sociales donde se subastan –claro, a precios infinitamente menores– todo lo imaginable e inimaginable. Por ejemplo, un buen grupo de jóvenes subasta su virginidad (como si fuera un bien “valioso” y algunos hombres –a quienes sinceramente no entiendo– compran el inicio sexual de la joven, que por lo general usa el dinero para iniciar sus estudios universitarios). Claro que también existen subastas ilegales de venta de órganos, pero hablemos de lo legal. Ian Usher, residente en Australia, decidió “vender su vida”, es decir, todas sus propiedades, bienes, empleo e incluso su lista de amigos; en otras palabras, borrar su trayectoria vital. Con los 300 mil euros conseguidos decidió cumplir 100 sueños. Según reportan algunos, ya cumplió 93.
¿Qué nos dice este cambio de venta de objetos escasos a personas, sus órganos y hasta “su vida”? Es un asunto que tenemos que pensar. Por lo pronto, estoy segurísima de que no vendo a mi mamá.