"Las cosas ya no ocurren así: en el mundo en el que vivimos todo se nota. Las mentiras se destapan, la hipocresía se filtra". (Photo by Pablo VERA / AFP)
"Las cosas ya no ocurren así: en el mundo en el que vivimos todo se nota. Las mentiras se destapan, la hipocresía se filtra". (Photo by Pablo VERA / AFP)
/ PABLO VERA
Patricia del Río

Una vecina canta “El derecho de vivir en paz”, de Víctor Jara (). Son las ocho y media de la noche. Santiago luce vacío, tenso, no hay nadie en la calle. Solo esa voz, de una soprano, se expande entre los edificios. Sus vecinos graban el canto de cisne que sale de un departamento, donde todos deben de estar igual de cansados que el resto del país. Igual de asfixiados por tanto gas.

Romero es soprano. Ariqueña. No es una comunista radical y basta ver su perfil en Instagram para corroborar que lo suyo es la música, la paz. Jovita canta desde su casa para que su pueblo duerma tranquilo. Para que la música los arrulle. Porque es lo mejor que puede ofrecerles a esos hombres y mujeres que han decidido hacerse escuchar, no con la dulce voz de la cantante de ópera sino con el alarido de quien tantas veces hundió la cara en la almohada para no dejar que la ira lo inundara.

Pero ya todo se desbordó. Y los ciegos de siempre quieren culpar de esto a un Maduro al que la mayoría de esos chicos que están en la calle desprecia. Y los privilegiados de ahora se llenan de ridículas teorías conspirativas según las cuales somos los peruanos los que también caminaremos como zombies tras las consignas de un dictador payaso como el venezolano.

Es curioso como en Chile y en buena parte del continente se aplican criterios de siglo pasado para evaluar fenómenos del siglo XXI. El hecho de ser la primera y última vez en la historia en la que una generación analógica tome decisiones y gobierne a una población nativa digital está provocando cortocircuito. Políticos y ciertos empresarios creen que será el figuretti de Antauro el que algún día azuzará a Luisa Curi Sapa para que proteste porque caminó seis horas con la cabeza abierta desde su comunidad campesina, Quilque, hasta la comisaría de Acha para denunciar que su esposo había intentado matarla. Están convencidos de que las madres de niños desnutridos y con espeluznantes niveles de anemia necesitarán que la cacasena de Verónika Mendoza, que ha arrimado sus principios por votos, la convenza de salir un día a reclamar porque están hartos de morir de hambre. Creen que los más de 50 mil alumnos cuyas universidades no lograron licenciarse y se van a quedar en la calle necesitan un Goyo Santos que les enseñe cómo protestar.

Y no pues, eso sería tan fácil: anulas la cabeza, ahogas la protesta. Las cosas ya no ocurren así: en el mundo en el que vivimos todo se nota. Las mentiras se destapan, la hipocresía se filtra, las personas se indignan y no se necesita una conspiración castrochavistacomunista para salir a la calle. Basta un tuit, un WhatsApp, el video en You Tube de un policía apaleando a un estudiante para que la mecha se prenda. Para que la ira se desborde y para que solo la voz de una joven soprano, en medio de una noche turbulenta, haga dormir con esperanza a los que ya se cansaron de que las cosas nunca funcionen para ellos.