"El racista suele ser, a su vez, un acomplejado". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"El racista suele ser, a su vez, un acomplejado". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Fernando Vivas

A cocachos, aprenderemos a no discriminar. Pero mejor con juicios e investigaciones fiscales que duelen más que un cocacho. El miércoles pasado, en este rincón escribí la columna “Oe, choleas y te encano”, mencionando el caso de Inés Diez Canseco, quien, en un grupo de chat del Club Regatas, dio terribles mensajes contra los derechos de las trabajadoras del hogar. Esto encaja en el art. 323 del Código Penal, sobre el delito de discriminación, que castiga a quien pretenda “anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos de la persona”.

El Ministerio Público (MP), con buen timing, ya abrió indagación por este caso. Me parece estupendo que la señora Diez Canseco vaya a explicarse ante un fiscal. Espero que ella, su entorno y el club saquen una lección provechosa de todo esto. La cárcel sería un destino insólito para ella, pues la ley prevé penas no mayores de tres años, por debajo del tiempo por el que los jueces suelen mandar a la gente tras las rejas. También está la opción de los servicios comunitarios, que podría resultar un castigo mucho más rehabilitador para quien, precisamente, muestra intolerancia hacia otros.

Conocí otro caso que me ha conmovido porque conversé con la víctima. Víctor Lluncor tuvo una discusión con la señora Noelia Calle sobre la opción para ocupar un sitio en un Starbucks lleno de gente. Eso es anecdótico, pero no lo es que, para cerrar la discusión, ella le dijera: “Quieres dinero, te regalo si quieres, porque la cara de necesidad la tienes”. Él la grabó y difundió esa parte. El video se viralizó rápidamente, pues, además, ella le dice, “soy conocida”, como si tal condición le diera un privilegio. Resulta que Calle imitó a la mexicana Yuri en el popular “Yo soy”.

Víctor dice en su tuit que lo de ‘cara de necesidad’ alude a sus facciones andinas, lo que delataría la intención racista de Calle. Conversé con él y me contó de su estupor al sentirse discriminado como no lo sintió en todos los años que ha vivido en Rusia. Lo sentí tan seguro de su identidad que concluí que quizá la discriminadora era la abrumada por una imperiosa necesidad de reconocimiento.

He ahí una de las claves de por qué el racismo y el clasismo se resisten a morir: la inseguridad de que el otro invada un espacio y unos méritos que sientes amenazados. Hay que promover respeto por los otros y por sí mismo. El racista suele ser, a su vez, un acomplejado. Pero, más allá de estos simples apuntes de psicología social, lo que quiero destacar es que, mientras el MP quiere sentar jurisprudencia y varios municipios ejecutan ordenanzas antidiscriminación, el Ejecutivo ignora el tema. Ya pues, señores, ¿para cuándo una política multisectorial contra la discriminación?