Aquello de “irse afuera” se ha convertido en moneda de cambio común en las conversaciones casuales respecto de cuestiones académicas.
Lo último que pretendo es establecer una hoja de ruta o descubrir la pólvora, pero sí creo poder ensayar algunas ideas muy básicas al respecto. Lo haré con base en una breve experiencia internacional en la Universidad de Cambridge en el Reino Unido hace unos meses.
Lo primero que notamos al llegar a la ciudad fue algo elemental que suele pasar desapercibido: el silencio. Me refiero al silencio en las calles. Era uno que invitaba a sentarse a estudiar por largas horas.
En medio de aquel silencio, hubo una frase pronunciada por el profesor de nuestra primera clase que quedó muy marcada: “Cambridge se trata de preguntar”. ¡Y tiene sentido! La universidad está siempre llamada a ser la sede de producción del conocimiento.
El énfasis en la importancia de preguntar en lugar de afirmar me hizo replantear cómo solemos abordar el conocimiento en casa. En nuestras aulas, la certeza de la respuesta a menudo parece tener más valor que la curiosidad de la pregunta.
El último elemento de esta fórmula es la promoción de la vida equilibrada como parte de la cultura académica; especialmente, en la práctica de deportes.
Quizás el primer paso para traer aquello que hay “afuera” está más cerca de lo que creemos. Y es que no se trata necesariamente de un conocimiento específico, sino de algo más evidente: de mantener el equilibrio entre estudio, descanso y, sobre todo, el cuestionamiento constante.