Mario Ghibellini

Lo primero que pensamos en esta pequeña columna al ver el video que la presidente del Instituto Nacional de Radio y Televisión del Perú () había colgado en las redes es que la privatización de esa entidad había empezado. La señora aparecía, efectivamente, en un spot grabado en las instalaciones del mentado instituto (que pertenecen al Estado) echándose un discursito promocional dirigido a potenciales clientes de sus servicios profesionales. Tras presentarse como una comunicadora “con experiencia en gestionar estrategias de comunicación integradas que conecten a las empresas con audiencias clave”, le decía a quien pudiera estar viéndola: “Con mis habilidades puedo ayudarte a posicionar tu marca, construir relaciones sólidas y proyectar una imagen consistente ante tus grupos de interés”. O sea, un equivalente sofisticado del criollísimo: “Cualquier cosita, aquí estamos para atenderlos”.

Supimos después que ese no era el único spot publicitario que había grabado utilizando recursos públicos. Le había hecho también un “cherry” a la Universidad César Vallejo, propiedad del líder de Alianza para el Progreso, César Acuña. El escándalo, por supuesto, no se hizo esperar. La Procuraduría Pública Especializada en Delitos de Corrupción solicitó a la fiscalía el inicio de diligencias contra la señora Chandía por el presunto delito de peculado doloso y, a no dudarlo, tendremos noticias al respecto en breve plazo.

Llama la atención, sin embargo, la flema con la que se han tomado el asunto los representantes del Ejecutivo. En particular, la titular de Cultura, Leslie Urteaga, que se ha declarado “sorprendida” por lo ocurrido en una dependencia que está bajo su responsabilidad, pero no tanto como para tomar la decisión política que se cae de madura: remover a la presidente del IRTP de su cargo. Y la pregunta que cualquiera tiene que hacerse ante esa circunstancia es: ¿qué varita mágica es la que le permite a la dama en cuestión mantenerse en su puesto?


– Никанора –

Las sanciones administrativas o penales que pudieran derivarse de este episodio tendrán que ser, desde luego, resultado de investigaciones de la “oficina de integridad” (de la que ha hablado la ministra) o del Ministerio Público. Pero es obvio que la cauterización de la úlcera que los actos de la funcionaria que nos ocupa han provocado en la ya estragada imagen del Gobierno debería haber sido inmediata. En consecuencia, si al momento de escribirse estas líneas, nada semejante ha sucedido, eso solo puede obedecer al hecho de que, desde una esfera superior, alguien ha cubierto a la señora Chandía con su manto. O, mejor todavía, ha hecho sentir que, bajo el revestimiento delgado de esa burócrata sin destellos, se esconde un poder irresistible. En sintonía con las resonancias soviéticas de su nombre, doña Ninoska se insinúa, pues, ante nosotros como una muñeca rusa o ‘matrioska’. Y únicamente haría falta establecer a quién corresponde el poder que emana de su interior.

Los indicios apuntan evidentemente hacia la presidente . Todos sabemos que fue ella quien impulsó a la todavía presidente de IRTP al cargo que hoy desempeña, y que lo hizo después de que ella hubiera ejercido como directora de imagen institucional de su despacho. Fue, como comentamos en ese momento, igual que si la mandataria hubiese asignado a tan delicada función a su maquilladora.

Las ‘matrioskas’ nos enseñan, sin embargo, que, bajo una caparazón de madera de tilo, siempre puede esconderse otra, y el caso que tenemos ahora por delante no tendría por qué ser una excepción. La única pieza que no calza en el cuadro es que ‘Nicanor’ no es un nombre eslavo. Pero es cuestión de escribirlo Никанора y listo.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es Periodista