La decisión de Keiko Fujimori de desembarcar de toda posibilidad de reelección a los congresistas Alejandro Aguinaga, Luisa María Cuculiza, Martha Chávez y otros 15 integrantes de la bancada de Fuerza Popular ha provocado interpretaciones de diverso tipo. Unos piensan que el enfrentamiento entre padre e hija que antecedió al anuncio de los purgados fue una farsa diseñada para reforzar la imagen de liderazgo y renovación naranja que la candidata presidencial quiere transmitir. Y otros, que de verdad hubo una pugna de poder en la que ella terminó imponiéndose, con prescindencia de si luego ello supondrá cambios en la naturaleza del fujimorismo o no.
En lo que todos están de acuerdo, sin embargo, es en la ofensa que ha representado para los rostros más caracterizados de la ‘guardia vieja’ el haber sido desaprobados en la evaluación que precedió a su descarte. Sobre todo, porque el rasero que no alcanzaron quedó supuestamente establecido por quienes sí pasaron la prueba.
El índice Kenyi
Es interesante, en ese sentido, analizar la performance de alguno de los parlamentarios aprobados en lo que concierne a la materia presuntamente evaluada. Esto es, la de su eventual contribución a una lavada de cara respecto del rancio talante dictatorial que el fujimorismo adquirió tras el golpe del 5 de abril. ¿Y quién mejor para esa ensayar esa medición que el legislador Kenyi Fujimori, nuevo en la tarea congresal pero un romántico cuando se trata del espíritu heredado de los noventas en los predios naranjas?
Hay que decir que, en un principio, el benjamín de los Fujimori se resistió a la sola idea de una evaluación con la tenacidad de un dirigente del Sutep (“Las evaluaciones tienen que ser para la gente nueva” o “¿Y quién evalúa a los evaluadores?”, fueron algunas de las objeciones que expresó al respecto). Pero cuando supo que había pasado el examen, dejó de encontrarlo tan abominable. “Saludo la decisión de Keiko, que tiene que haber sido una decisión dura y difícil para ella”, declaró primero. Y más adelante agregó que su hermana había demostrado que “tiene la fuerza y determinación para tomar decisiones allí donde otros dudan”.
Cabe especular que su rechazo inicial a ser pasado por el filtro del compromiso con el estado de derecho pudo tener como origen el temor de que su famosa tesis sobre la “democracia delegativa” durante la administración de su padre (“la población está dispuesta a ceder parte de sus derechos a cambio de que el gobierno le restituya el orden y la seguridad”, discurrió enjundioso en aquella oportunidad) fuese tomada en cuenta por los evaluadores. Pero cuando se hizo evidente que tal cosa no había ocurrido, al parecer se relajó y hasta terminó encontrándole méritos al examen.
Alambique lejano
El relajo, sin embargo, trajo también una renovada espontaneidad a su discurso y acaso un descuido. Y entonces, hace apenas unos días, proclamó en su cuenta de twitter: “El fujimorismo como oposición es parte del histórico proceso que nos llevará a un cuarto gobierno democrático ininterrumpido”. Una sentencia luminosa de la que, hechos los cálculos correspondientes, se sigue que el gobierno de sus añoranzas no fue democrático: precisamente la circunstancia que los vetos en la composición de la futura lista parlamentaria de Fuerza Popular querían disimular.
Señalada la torpeza, el joven congresista ha buscado dar alambicadas explicaciones de por qué lo que afirmó no quiere decir lo que meridianamente dice. Pero el alambique, ya se sabe, no es lo suyo. Y en consecuencia, allá en el exilio al que han sido condenados, algunos fujimoristas de viejo cuño han descubierto de pronto que los resultados de la evaluación que no aprobaron entrañaban una ofensa adicional a la que ya habían asumido.
(Publicado en la revista Somos el sábado 9 de enero del 2016)