El miércoles pasado, el fujimorismo estaba supuestamente de estreno: inauguraba nuevo local, presentaba en sociedad las flamantes adquisiciones de su lista parlamentaria y retiraba de la boca de Keiko el velo patriótico que le había impedido mencionar en los tres últimos meses todas aquellas cosas execrables que ella había detectado en los intersticios de la administración ppkausa y nosotros no. Conforme se fue desplegando la gala, sin embargo, una vaga sensación de ya haber estado en ese lugar, ya haber visto a esos personajes y ya haber escuchado ese discurso fue apoderándose de muchos de los asistentes. Y no les faltaba razón.
Hazte una, Lulú
El local, para empezar, lo había ocupado el partido naranja efectivamente antes, pero lo dejó en la época en la que Joaquín Ramírez puso algunos activos a su disposición. Y ahora tocaba desandar ese extravío.
Entre los rostros reconocibles, por otra parte, se distinguían ciertamente algunos inéditos en ese contexto (como el del recientemente electo director del BCR, Elmer Cuba, que lucía muy técnico en medio del evento político). Pero cuando pasaban por tercera vez saludando al éter los ex congresistas Pedro Spadaro, Martha Chávez o Juan Díaz Dios, la escena comenzaba a adquirir un poderoso sabor a nostalgia y los más despistados se apresuraban a revisar el calendario de sus celulares para estar seguros de que no habían viajado en el tiempo.
Lo menos novedoso de todo, no obstante, fue el discurso de la líder de Fuerza Popular. No es que las críticas que le lanzó al actual gobierno estuviesen descaminadas, sino que fueron de una obviedad clamorosa. Enrostrarle al presidente Kuczynski que “la delincuencia sigue siendo dueña de las calles” y que “la contratación de ese asesor Moreno es una muestra de […] nefasta continuidad” con el gobierno anterior no parece, en efecto, el fermento de cien días de reflexión y ayuno en el desierto, sino la consecuencia del repaso apurado de unos apuntes prestados.
Y en lo que concierne a un eventual ejercicio autocrítico sobre las causas de su descalabro electoral en la segunda vuelta, la señora Fujimori nos hizo saber que para otra vez será. En medio de un balconazo que semejaba un adelanto del Carnaval, nos notificó, más bien, que ella no está ni ha estado deprimida, pues “eso es para los perdedores”. Y claro, como ella salió segunda…
El problema, por supuesto, es que si no hay depresión, la juerga continúa. Es decir, que si tras dos panes que se le queman en la puerta del horno –las segundas vueltas del 2011 y el 2016– no asimila que algo hizo mal en esas campañas y lo llora, nada cambiará a la tercera. Y el aire familiar del evento del miércoles así parece anunciarlo.
Quizás, sin embargo, no todo está perdido. A lo mejor, decimos, Lourdes puede recomendarle a la persona que la ayudó a ella a enfrentar su propia catástrofe reiterada para que la oriente en la exploración de la posibilidad de que el hombre mayor contra el que tiene acumulada tanta cólera –porque de eso es de lo que estamos hablando, ¿no?– no sea precisamente el actual presidente. ¡Eso sí que sería novedoso!
Esta columna fue publicada el 12 de noviembre del 2016 en la revista Somos.