(Ilustración: Mónica González).
(Ilustración: Mónica González).
Mario Ghibellini

Todos sabíamos que las cosas en no andaban bien, pero la censura frustrada de y los eventos que la rodearon han revelado que lo que existe en la tienda naranja es en realidad un extravío sin precedentes.

En primer lugar, si bien es comprensible que, tras haber recibido tanta leña de su parte, hubiesen llegado a la conclusión de que convertir al personaje en cuestión en presidente del Congreso fue una mala idea, resulta pasmoso que no se dieran cuenta de que tratar de sacarlo era una peor. Y en segundo lugar, ¿qué tan cortos de juicio tienen que estar en una organización política para que una parlamentaria con problemas como los que arrastra Yesenia Ponce les renuncie, en lugar de haberla expulsado ellos a tiempo?

Los esfuerzos por justificar el apurado retiro de la moción de censura a partir de una brusca consciencia de que “primero está el Perú” o por un supuesto compromiso de Salaverry de hacer cumplir a partir de ahora el reglamento del Congreso son, por otra parte, simples paparruchadas. Con esos mismos argumentos tendrían que haber retrocedido, por ejemplo, en cualquier intento de censura a un ministro que de pronto les hubiese prometido portarse bien. Y ya sabemos que, cuando tenía la fuerza para ello, el fujimorismo no les perdonaba la vida ni a los técnicos que estaban en la política de paso.

Además, si como dijeron más temprano ese mismo día, sabían que no contaban con los votos para aprobar la moción y estaban impulsándola solo por ‘dignidad’, ¿qué daño le hacían al Perú insistiendo en su trámite?

Pues, ninguno. Los únicos dañados con el oprobioso resultado de esa votación, como es obvio, iban a ser ellos.

—El nuevo Pier—

Sin embargo, el hecho de que, momentos antes del papelón, alguien tuviese el poder de imponerle al colegiado de necios que constituye hoy la bancada naranja un control de daños introduce un ingrediente novedoso en el análisis del fujimorismo. A saber, el de la existencia de una autoridad en la organización cuya identidad todavía ignoramos.

La confirmación de la prisión preventiva de ha provocado a todas luces una epidemia de insumisos en Fuerza Popular. La prueba más contundente de ello la dio recientemente la congresista Milagros Salazar al declarar que, por la mirada parcializada de la realidad nacional que supone su situación de encierro, la señora Fujimori no tiene influencia sino solo “una opinión” en el partido. En otros tiempos, una afirmación así le habría costado a cualquier integrante de la bancada ‘ranear’ diez vueltas alrededor del local de Morochucos. Pero ahora nadie levanta una ceja.

Con Keiko, entonces, fuera de juego, alguien más tiene que estar tomando las decisiones en la organización. Y difícilmente podría ser el pretendido todopoderoso asesor Pier Figari, pues el hombre está tan guardado como su otrora asesorada. ¿Quién es, en consecuencia, el nuevo Pier?

Podemos descartar con seguridad de la lista de sospechosos a Úrsula Letona y Miki Torres, quienes, si bien tenían hasta hace poco una posición expectante en la nomenklatura fujimorista, han acabado renunciando a la ‘bankada’ y a la presidencia del Comité de Transición del partido, respectivamente. Una circunstancia que hace maliciar, más bien, cierto recelo de parte de ellos hacia otro poder en ascenso.

Podemos tachar también de esa nómina tranquilamente los nombres de Luis Galarreta y Rosa Bartra, quienes tienen que haber encajado con disgusto la decisión de dar marcha atrás en el afán de censurar a Salaverry. Como se sabe, ambos le profesan de tiempo atrás un especial afecto: él, porque al sucederlo en la presidencia del Legislativo, desactivó y desacreditó minuciosamente las medidas más criticadas de su pasada gestión; y ella, porque en una recordada sesión del pleno en la que se sentía poseída por un espíritu vociferante, recibió la frase “puede usted gritar toda la mañana si quiere” como una estocada.

El buen almirante Tubino, al que el cargo de vocero parece haberle producido un permanente mareo de tierra, y el repentinamente subterráneo Héctor Becerril, por último, tampoco dan la impresión de ser los candidatos más potables.

Atribuir el rol de gurú secreto de Fuerza Popular a Luz Salgado, en cambio, resulta tentador. La experiencia y discreción que, a diferencia de la mayoría de sus compañeros de bancada, ha exhibido en algunos de los trances difíciles que le ha tocado protagonizar invitan a ello. Pero, en realidad, ni experiencia ni discreción parecen adornar a la nueva eminencia gris de los naranjas, con lo que también tendríamos que descartarla a ella.

Quien ha tomado la batuta en el fujimorismo, en efecto, ha dejado pasar la ocasión de ajustar a Salaverry con algo mucho más sencillo que la impracticable moción de censura: exigirle, reglamento en mano, que cumpliera con forzar al congresista De Belaunde a retirar las palabras que hicieron sentir ofendida a su bancada en el último pleno (lo del supuesto “pacto de impunidad” con Chávarry).

—Nodoyuna—

Con ese recule (al que el presidente del Congreso no podía negarse) y la adecuada promoción, por ejemplo, al cambio de tono del presidente Vizcarra a propósito de su proyecto para declarar en emergencia el Ministerio Público (ahora ya es solo “un insumo” para una propuesta mayor y no un haz de luz divina frente al que hay que postrarse a riesgo de que haga cuestión de confianza en el Parlamento), Fuerza Popular habría obtenido una pequeña victoria política en medio de tantos tortazos y no se habría arriesgado a más deserciones.

Al parecer, sin embargo, ‘el nuevo Pier’ del fujimorismo bien podría apellidarse ‘Nodoyuna’, como el recordado villano de una vieja serie de dibujos animados. Y si hasta ahora no se lo distingue de entre el menesteroso elenco de sus cófrades es porque no tiene aciertos que permitan hacerlo.

Nada nuevo, por lo tanto, bajo el sol, ni dentro de la naranja.