Fue noche de pajarracos que se computan leyenda, porque en buena parte lo son. Gise fue la que voló más bajo, porque tenía en el otro sofá a un avechucho exasperante, la ‘Cuculí’ Lucía de la Cruz.
Pero Magaly y Beto sí se trenzaron en un duelo de aves de rapiña, o de carroña, según el tema de recolección. Presumo que, tratándose de una estrella de Frecuencia Latina recibiendo a otra, Beto se las dio de anfitrión sin que se lo pidan: por lo tanto, estableció límites, alternó secuencias light con duras y advirtió a Magaly, grosso modo, de cómo sería la cosa.
Funcionó bien en la mejor y primera parte, la entrevista biográfica sin la camisa de fuerza del sí o no de “El valor de la verdad”. Beto fue ordenado y Magaly respondió precisa, explicando los conflictos de su vida en pocas líneas; sin la ambigüedad que empantana las entrevistas faranduleras de los últimos tiempos.
Hubo franqueza y ganas de hacer revelaciones pero – ¡vaya par de frescos! – a costa de terceros. A Magaly le fue más fácil diseccionar a gente que quiere, como su hijo Gianmarco Mendoza, su ex esposo César Lengua y su hermana Mariella, que diseccionarse a sí misma. A la hora de los mutuos reproches por los ataques pasados, hubo el más ágil intercambio. En esos momentos, hasta me olvidé de hacer mi brevísimo zapeo de control hacia Gisela.
Beto apostó a ganar la primera hora a toda costa y por eso dejó para luego el humor con ‘Mascaly’, la charla amical con Rodrigo González y los chismes políticos. ¿Que Alan quiso indultarla?, whaaaaat? Salvo algunos segmentos prescindibles (como un largo video de un viejo encuentro), fue una buena entrevista.