Cada 25 de diciembre, Chumbivilcas, en el Cusco, se viste de gala y se calza los guantes –imaginarios– para celebrar el Takanakuy. Los problemas se resuelven entre golpes, abrazos y bailes.
Algunas peleas son pactadas con antelación, y otras surgen espontáneamente. Estas son controladas por jueces que se encargan de que las reglas se cumplan (y de que el público no se meta al campo).
“Es justicia social”, dicen los chumbivilcanos cuando se les pregunta por qué tiene tanto arraigo una celebración tan cruda y, sin embargo, tan tradicional.
El Takanakuy también es representación, teatro, arte popular. De allí el uso de máscaras y atuendos especiales para la ocasión.
“Es un intento de expulsar, con la violencia ‘buena’, la ‘mala’ violencia”, explicó alguna vez el antropólogo Harold Hernández, quien ha estudiado el sentido social, emocional y hasta legal del Takanakuy, una tradicional celebración donde todo, literalmente, se resuelve a golpes.