Entre el 2000 y el 2003, Jorge –así lo llamaremos– hizo varias cosas de las que se arrepiente: destruyó una hectárea y media de bosque, sembró coca y él mismo maceró pasta básica de cocaína. Los cinco kilos que producía cada tres meses los vendía a S/.6.000. Se los compraba un hombre que llegaba desde Pampa Hermosa.
La policía le seguía los pasos (nunca lo detuvo) y sus vecinos sabían que a una hora de camino agreste se encontraba su chacra de coca y su poza de maceración. Con todas las miradas puestas sobre él, tuvo que abandonar Barranquita junto a sus cinco hijos y su esposa, y llegó hasta la comunidad de Nueva Reforma. Ahora –lo dice con calma– vive una nueva vida.
Él es uno de los agricultores de Nueva Reforma dedicados a reforestar lo que la tala ilegal y la siembra de coca destinada al narcotráfico destruyó entre 1995 y el 2000. Jorge busca replantar lo que destruyó. “Ya soy un hombre de bien”. Lo dice y mira sus pies. Aún le invade la vergüenza.
FUENTE DE VIDA EN PELIGRO
El bosque de Nueva Reforma, a tres horas de camino desde Tarapoto, es solo un crudo ejemplo de todo lo destruido en la selva de San Martín.
Taladores ilegales y los mismos comuneros derribaron centenares de árboles de cedro, tornillo, huairuro, shiringa para venderlos como madera. Otros que hicieron leña del bosque fueron campesinos tentados por las mafias del narcotráfico a cultivar hoja de coca en donde, por naturaleza, crecían árboles.
Y llegó el día en que la comunidad y sus autoridades se alarmaron porque allí nace el río Rumicallarina, fuente de agua de los 2.600 pobladores del distrito de El Porvenir, provincia de San Martín.
Un comunero cuenta que hace 20 años era posible navegar en canoa sobre el Rumicallarina. Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Por eso, frente al peligro inminente de quedarse sin agua, la municipalidad gestionó para que Devida invierta S/.3 millones en reforestar 600 hectáreas.
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