La pandemia mantiene a Carlos Meléndez en Chile, donde es docente en la Universidad Diego Portales. Sigue con atención los trances nacionales y, por ello, ha coordinado una colección con el sello Página Once, que ya va por su cuarto libro: “30-S, anatomía de una disolución”, “Pandemonio”, “Retrato de una incertidumbre” y “Señora K”. Conversamos luego de ver la detención preliminar de parte del círculo vizcarrista, pero eso lo dejamos para el final.
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—¿Se sostiene el gobierno hasta la asunción de mando en julio del 2021 o ves otro intento de vacancia o de presión para su renuncia?
Llega con las justas, creo. Según la teoría, era esperable que llegara muy debilitado. Sin partido ni bancada, solo con popularidad y algo tan volátil como la opinión pública no se puede gobernar, pero la astucia presidencial contradijo la teoría largos meses. Al final, la teoría pudo más.
—Entre la teoría y la realidad, la pandemia lo ayudó al comienzo, ¿no?
Jugó a favor suyo porque se convirtió en el único emisor de mensajes desde la política. Monopolizó los mensajes hacia la ciudadanía. Y además estuvo como seis meses sin contraparte parlamentaria que equilibrara su poder. Literalmente era el único actor político.
—Había la idea de que el Congreso sería muy fragmentado y no podría responder a su confrontación, pero los fragmentos se unieron y le dieron batalla.
A contracorriente de lo que dicen algunos colegas, yo creo que el Congreso ha sido muy racional. Los parlamentarios han tenido pocos votos válidos, necesitaban legitimarse políticamente y tenían 16 meses para hacerlo. Si bien no pueden reelegirse, buscan la veta subnacional como prolongación de sus carreras. Por el confinamiento no tienen cómo hacer política territorial, entonces tenían que tratar de comunicarse con un electorado en situación de emergencia a través de este tipo de legislación que consideramos populista, pero que trata de sintonizar con la emergencia.
—Esa lógica no se aplica a la vacancia. Retrocedieron.
Esa misma lógica lleva a la vacancia, porque desde los escándalos del Lava Jato se comprometió la legitimidad del establishment político. Surgió la necesidad de satisfacer demandas básicas morales en la opinión pública, lo que aprovechó muy bien Vizcarra con un discurso maniqueo. Aprovechó las necesidades morales de los peruanos, pero el Congreso puede hacer lo mismo, piensan los congresistas, aprovechando un escandalete en el que está metido el Ejecutivo.
—Antes de sus cuestionamientos actuales, Vizcarra gozaba del respaldo para esos gestos; el Congreso no.
Por eso reculan, y eso que el Congreso estaba con una popularidad en niveles que no habíamos visto antes. Fallaron en el cálculo, pero no lo considero suicida.
—¿Qué pesó más para desinflar la vacancia: la opinión pública o la falta de confianza en Manuel Merino?
Los formadores de la opinión pública jugaron un rol clave en esto. Como no hay partidos, los formadores de opinión sintetizan y simplifican en héroes y villanos. Rápidamente, Merino se convirtió en un “villano discreto”, como dice mi colega Gonzalo Banda. Entonces se generó un ruido sobre los círculos políticos de este personaje. Ahora ya sabemos que antes que partidos tenemos círculos políticos; es la degradación de la organicidad en el Perú. Entonces, así como Vizcarra tuvo un círculo y lo vemos ahora por el escándalo, empezamos a husmear en los círculos de Merino, de Édgar Alarcón, y eso generó más suspicacias. La ventaja que tiene [Vizcarra] es que entramos en modo electoral y la atención estará en su sucesor. El ‘timing’ lo acompaña. Muchos actores que querían vacarlo voltearon la página en el único intento.
—Nadie defendió a Vizcarra, solo se decía: “No lo procesemos hoy, sino en el 2021”. La dualidad no parecía maniquea, sino entre prácticos y vacadores.
De acuerdo, es interesante ver por qué hubo pragmatismo y cierta condescendencia moral con el gobierno. Creo que Vizcarra ganó muchos adeptos cuando cerró el Congreso y se tumbó al fujimorismo. No sé si de por vida, pero por mucho tiempo el sector antifujimorista es su aliado tácito. Ese sector que suele ser el de los paladines de la moral, ahora cuando ven a Vizcarra envuelto en mentiras son más pragmáticos.
—El pragmatismo incluyó a la bancada fujimorista que no avaló ni la moción de vacancia.
El fujimorismo está buscando moderarse y eso no es un pragmatismo en el sentido de “vamos a tender puentes con Vizcarra”, sino “necesitamos cambiar de imagen y ser moderados rumbo a la nueva campaña”.
—Todavía no está confirmado que Keiko postulará. Los procesos complican una candidatura. ¿Tienes dudas al respecto?
El futuro de su candidatura depende más de factores externos que de las propias motivaciones internas. Creo que en el fujimorismo están considerando un plan B, pero es su mejor candidata posible.
—¿Y el caso de Acción Popular? Nos quejamos de tener partidos débiles, pero nos va a dar el espectáculo de sus internas.
Es cierto, AP ha sobrevivido gracias a la política local y a un enraizamiento regional importante: Lescano en Puno, Mesías Guevara en Cajamarca son rezago de estos caudillos regionales que se combinan con la élite limeña de los ‘Vitocho’, Raúl Diez Canseco, Barnechea. Ahora que no hay un líder indiscutido esas tendencias que colisionan harán interesantes sus elecciones internas.
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—Los morados han hecho un acuerdo con Fuerza Ciudadana. ¿Se mueven a la izquierda por vocación o por otra cosa?
No estoy seguro de qué tanto este movimiento les suma una marca de izquierda. Frente Amplio y Nuevo Perú sí tienen una marca de izquierda consolidada; no me parece el caso de Susel [Paredes] y sus amigos. Me parece que están buscando una figura que reemplace o acompañe a Guzmán en el caso de que no prenda su candidatura como ellos esperan. Ahora, hablar de capital electoral en el Perú de hoy es ser bastante generoso. Hemos pasado de un escenario de anticandidatos que fue el 2011 y el 2016, a estas elecciones de minicandidatos.
—El minicandidato de mayor caudal es George Forsyth. Solo sabemos que tiene un trato con un partido de raíz evangélica que llenará de otro contenido, ¿cuál podría ser?
Hasta ahora, las encuestas te muestran reconocimiento público. Forsyth es un símbolo del espacio público peruano, que tiene la mitad de chico ‘reality’ y la otra mitad de lucha contra la inseguridad. Pero no creo que el peruano aún lo esté evaluando como candidato, creo que las evaluaciones vendrán desde este mes en adelante.
—A Forsyth no le pasa lo que a Daniel Urresti. El Congreso compromete la viada con la que llegó a él.
Tiene problemas para hacer discursos alternativos a la imagen de mano dura. Eso funciona en un contexto de crecimiento económico donde la gente se vuelve conservadora y trata de proteger sus propiedades. Pero en un contexto de crisis pandémica no. Eso cambia el chip del elector, que va a empezar a buscar a alguien que ofrezca soluciones a esa crisis y no alguien que sea reflejo de valores conservadores.
—Si la gente no percibe que hay reactivación, ¿podría votar por alternativas radicales?
No estoy seguro de si lo que falla es el modelo económico o la gestión del Estado. La izquierda busca replantear el rol del Estado y la derecha busca mantenerlo mínimo, pero en realidad lo que la gente está sintiendo es cómo hacer para que el Estado beneficie la vida cotidiana sin meterse tanto con los ciudadanos. La campaña que viene tiene que volver a ubicar al Estado en el horizonte de vida de las personas. Que estemos en el grupo de la muerte, con las peores cifras de efecto económico y sanitario, no creo que sea por la debilidad del Estado, sino por malos gestores.
—Probablemente, por ahí va a ir el discurso de Guzmán y de Hernando de Soto, si llega a confirmar su candidatura.
Efectivamente, las candidaturas de centro, los tecnócratas, van a poner énfasis en la gestión del Estado, y De Soto prometería una campaña más programática. Vamos a ver más ideas, estemos o no de acuerdo con él.
—¿El otro gran tema será el de la informalidad?
Ahí estamos atrasados. He visto publicados más de una decena de libros sobre el republicanismo y muy poco sobre informalidad. Ponemos la utopía por delante de la realidad. Hay poca investigación sobre la racionalidad del individuo en un escenario de informalidad. Informalidad es antónimo de las instituciones, y las instituciones son previsibilidad. Un escenario de informalidad es de incertidumbre y los individuos tienden a hacer cálculos racionales para sobrevivir. Esto tiene un correlato en la política y creo que no lo estamos comprendiendo. Por eso son populares los discursos utópicos tanto republicanos como formalizadores, desde De Soto hasta Carmen Mc Evoy por decir dos nombres. Esto pasa también por las reformas políticas que se están planteando. Hemos confundido en las reformas que hay que fortalecer a los partidos, cuando lo que hay que fortalecer es la representación política y hay que buscar una representación para los informales. El partido como organización, como vehículo, ya está en extinción, no solo en el Perú sino en el continente.
La politización de la moral
—El viernes se detuvo a parte del círculo íntimo del presidente. ¿Esta judicialización de la política la ves como un exceso?
Una premisa de la judicialización de la política es la politización de la moral en el Perú y no solo me refiero a Vizcarra y al antifujimorismo, sino a los propios jueces y fiscales. La politización de la moral te lleva a sesgos más severos al momento de juzgar los casos. Se ha instalado una suerte de populismo judicial en ese sentido. Se cambia el derecho a la presunción de inocencia y se invierte la regla, porque el fiscal y el juez sienten que en este momento de la historia del Perú hay que ser mucho más severo. Eso se ha impuesto en la cultura política. Esto te puede dar réditos políticos y derrotas políticas y Vizcarra está probando de ambas. Que su círculo protector haya sido incluido en esta lógica te demuestra eso. Lo que hemos podido ver en esos audios es cómo funciona la microgestión del poder en la cumbre. Eso sí es bastante sintomático: ver cómo estos círculos de confianza se convierten en círculos viciosos.
—No deja de sorprender que haya varios candidatos a pesar de ver cómo acaban los presidentes.
La advertencia y la lección es saber cómo formas tu circulo político, que es la portátil de operadores y asesores de máxima confianza que te acompañan a todas partes. Lo que está demostrando este caso de Vizcarra es que no es suficiente este círculo. Puedes llegar al poder con tu círculo, pero para gestionar tienes que ver cómo le encuentras funcionalidad para que sume a la gobernabilidad y no se convierta en una piedra en el zapato.
—Vaya bicentenario que nos espera.
Nos espera un bicentenario cruel, sin duda. Es una lección de la historia que nos demuestra que hemos hecho las cosas mal; hemos fracasado todos: políticos, economistas, académicos. Soy muy pesimista con lo que toca a nuestro país de promesas que no se han cumplido. Este discurso exitoso de clases emergentes que no terminaron de emerger, de luchadores anticorrupción que caen en la corrupción, de paladines de la moral con doble moral es una lección para ver el elefante en la sala, que es la informalidad. Y la informalidad no solo es un problema económico, sino que tenemos que replantear la relación entre el ciudadano y el Estado. Sino lo vemos en esa magnitud, vamos a seguir con nuestras utopías que ignoran la realidad.
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