Una de las preguntas que con mayor insistencia se me ha hecho esta semana, desde que un juzgado decidiera dictar dos años de prisión suspendida en mi contra, es por qué Acuña. Que por qué entre la amplia y megadiversa fauna política de nuestro país, me he dedicado con especial interés a investigar al político y empresario de la educación privada. La respuesta es sencilla y no requiere elaboración: simple coincidencia espacio temporal. Desde Trujillo, en el 2006, César Acuña empezaba a hacerse político tras ganar la elección municipal; y yo a hacerme periodista, tras egresar de la universidad.
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El clic fue inmediato. Un magnate convertido en alcalde era lo suficientemente atractivo para que cualquier periodista siga con cuidado su actuar público. Su gestión la recuerdo a detalle: una ciudad inundada por sus colores políticos; su foto en paneles gigantes marcándole territorio al Apra; y su universidad-partido convertida en el mayor anunciante de la prensa local. Pero César no me recuerda a mí. O me confunde. Repite con insistencia que entonces yo era un periodista del diario “Correo” que lo injuriaba y hostigaba con publicaciones. Pero ni he trabajado nunca para ese medio ni publiqué una línea sobre Acuña mientras ambos vivíamos en Trujillo. Eso ocurriría después. Cuando nos mudamos a Lima.
Es en el 2010 cuando Acuña se suma, en la capital, al sancochado. El nombre que recibió la multicolor alianza electoral que integró junto a Lourdes Flores, Yehude Simon y PPK, que postulaba a este último a la presidencia. Y es, ese mismo año, que, migrante como él, me sumo en Lima al equipo profesional del Instituto Prensa y Sociedad (IPYS). Desde su agencia de investigación, Infos publicó un par de años después mi primera investigación sobre César Acuña: el esquema de las subvenciones sociales, dineros públicos, utilizados para fines electorales. Se trata del único caso que ha conseguido llevar a Acuña a juicio, resultando absuelto, por supuesto. Es recién allí donde empezaría “nuestra” historia.
El libro
La primera vez que me invade la idea de escribir un libro sobre Acuña Peralta ocurre en el 2016. Es durante la campaña presidencial de ese año que se abren una serie de historias en torno al personaje, que lo convierten en una caja de sorpresas. Desde la Unidad de Investigación de El Comercio, que por entonces integraba, revelamos el uso de la planilla de sus universidades para reportarle a la ONPE falsos aportes de campaña; para después denunciar la apropiación de la autoría de un libro completo, el de su profesor, Otoniel Alvarado. Desde las redes, también ese año, se obtienen las primeras denuncias de plagio en sus tesis de maestría y doctorado. Eran todas historias que habían quedado diluidas en el fragor de la campaña, pero que necesitaban contarse a profundidad. O, mejor dicho, cerrarse.
Es lo que hace “Plata como cancha”, el libro que publiqué, en febrero del año pasado, con Penguin Random House (PRH). En sus páginas consigo revelar, por ejemplo, que Acuña cierra el asunto de la apropiación del libro de su profesor luego de compensarlo, y firmar con él un acuerdo que lo obliga a desistirse del caso y guardar silencio. Que la Universidad de Lima retiró su tesis de maestría de su biblioteca luego de comunicarle plagio a Sunedu. O que, en España, Acuña consigue retener el título de doctor gracias a sus superabogados, pese a la decisión de la Universidad Complutense de Madrid de retirárselo.
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Nadie interesado en difamar viaja a cuatro ciudades –Madrid, Trujillo, Bogotá y Chota– en busca de las piezas que terminan de armar el rompecabezas de una historia. Nadie que quiere agraviar revisa 20 años de archivo periodístico o tramita más de 50 solicitudes de acceso a la información pública, para obtener el dato, el detalle preciso. Nadie cuyo objetivo es desinformar hace revisar cuentas y estados financieros a un abogado tributarista y a un contador. Nadie despliega tal esfuerzo de búsqueda si no lo motiva un deseo genuino de acercarse lo más honestamente posible a la vida y obra de un personaje público. Uno que aspira a convertirse en presidente de la República, nada menos.
Mientras se escriben estas líneas, una imprenta, en Ate, apura la impresión de 5.000 nuevos ejemplares de “Plata como cancha”, me cuenta Jerónimo Pimentel, director de PRH, condenado como yo. Los 5.000 que se mandaron a imprimir el lunes, el día de lectura de sentencia, se habían agotado apenas días después. El libro que Acuña no quiere que leas fue uno de los más vendidos del 2021, y la editorial estima que, este año, habrá sido adquirido por un mayor número de lectores que en el año de su lanzamiento. Y todo esto no por mí, sino por él.
Nunca, pese a mi trabajo previo, he tenido una mala relación con el entorno de Acuña, con el que he mantenido comunicación fluida hasta antes del libro. Un gesto democrático que por entonces saludaba. Y cuando por estos días me han preguntado también qué siento por él, he respondido lo mismo que antes de la condena: nada. No siento por él, como por ninguno de los objetivos de mis investigaciones, otra cosa que no sea interés periodístico. Lo mío no es una obsesión, como no ha dejado de decir. El problema es que César no se acaba de dar cuenta de que se ha hecho político. Y yo periodista.
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