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*Republicamos esta entrevista hecha el 22 de enero del 2017. Morales Bermúdez, entonces de 95 años, había sido condenado en Roma días antes, el 17. Habíamos pactado solo hacer un retrato, pero el general se animó a hablar, hasta que perdió la paciencia, la entrevista se interrumpió y acabó en una conversación sobre un plan distinto del Cóndor, el plan Túpac Amaru, con el que pretendió justificar el lento retorno a la democracia.
Remigio Morales Bermúdez dice que su padre no quiere hablar sobre la condena que lo culpa de la desaparición de ciudadanos argentinos. Pero lo telefonea delante de mí y le pide que acepte que le hagamos un retrato. Más tarde, cuenta que su padre acepta que conversemos brevemente. Cuando llegamos, Francisco Morales Bermúdez ha dado un paso adelante: quiere hablar, con la grabadora sobre la mesa, pero pide no entrar en vericuetos judiciales. Aceptamos, pues lo que más nos interesa es el drama detrás del expediente. Sobre aquel, su abogado Luis Vargas Valdivia explica que en realidad son dos investigaciones en fiscalías locales: una sobre el mismo caso que se siguió en Italia, pues Morales Bermúdez pidió que se le juzgara acá, y otra derivada de la expulsión a Argentina de 13 opositores en 1978 y promovida por uno de ellos, Ricardo Napurí.
—General, partamos de que usted admitió [en el libro “Muerte en el Pentagonito” de Ricardo Uceda] que se molestó cuando su primer ministro Pedro Richter Prada [también condenado en Italia] le dijo que los tres montoneros habían sido entregados a Bolivia, lo que implicaba una muerte segura.
Se lo cuento con estos antecedentes: Se estaba cumpliendo la meta democrática que me había trazado. Ya estaba electo el presidente Belaunde. Había delegado todo el manejo interno, para concentrarme en la entrega del poder. Entonces, se produce este hecho de los montoneros que yo no supe ni su llegada, nada.
—Había notas periodísticas.
A posteriori, yo me enteré a posteriori. El primer ministro [Pedro Richter Prada] me informa de lo que había pasado con todos los detalles. Me exalté con la cuestión esta, porque si bien la razón que tuvo el general Richter es que el Gobierno de Bolivia no era de facto sino democrático, de la Sra. Lidia Gueiler...
—...Era un gobierno débil y las fuerzas de seguridad iban a hacer lo que hicieron [entregarlos a Argentina].
Efectivamente tuve una actitud un poco dura [con Richter], podía pensar en la debilidad de ese gobierno [Gueiler cayó poco después tras un golpe del general Luis García Meza, también condenado en Italia]. Por eso mi reacción. Yo los hubiera llevado a México, que tenía una política de recepción de gente de izquierda que tenía algún problema, para evitar problemas futuros. Y llegaron efectivamente.
—Antes de ser entregados a Bolivia, fueron secuestrados y torturados por efectivos argentinos a los que se les prestó colaboración.
Yo no participé en nada porque desconocí totalmente las andanzas [de los montoneros]. No conocí ni cuándo llegaron ni todo lo que procedieron órganos subalternos, porque yo estaba en la política grande del Perú.
—En 1978, otro argentino, Carlos Alberto Maguid, desapareció aquí.
Ni conocí ese problema, se ha manejado en niveles bajos de inteligencia.
—Renato Cisneros en “La distancia que nos separa” da a entender que su padre, el ‘Gaucho’ [Luis] Cisneros Vizquerra [entonces ministro del Interior], estuvo involucrado en ese caso.
Ignoro lo que dice el Sr. Cisneros que ha investigado sobre su padre. Como ministro del Interior, tenía cierta autonomía de manejo. Hay que reconocer que su tendencia era un poco dura con los adversarios políticos. En el Gabinete, unos eran duros de derecha, otros eran de extrema izquierda, y había intermedios. El Ejército se había hecho político y debe ser apolítico.
—Esta posición institucionalista que me manifiesta lo llevó, como ha dicho antes, ¿a no involucrarse en la Operación Cóndor?
Por supuesto que sí. El canciller José de la Puente Radbill ha contado de unos militares argentinos que vinieron con esa finalidad y los invitó a retirarse, luego yo hice lo mismo. Querían que el Perú se plegara a eso.
—¿Usaron el nombre ‘Cóndor’?
No podría decir exactamente si era Cóndor o se lo pusieron después; era una coordinación que hacían los países del sur. Todos estaban gobernados por gobiernos de facto para quedarse en el poder porque los subversivos luchaban para sacarlos. Y aquí en el Perú todo ese proceso se había terminado y estábamos en un sistema prácticamente democrático.
—Hubo visitas de Rafael Videla y de Roberto Viola, su jefe de Estado Mayor. ¿Le plantearon lo mismo?
Nunca hablé con Videla de cuestiones de política interna del país. Hablamos de que el Perú entrara al sistema nuclear pacífico, cosa que se logró. Viola conmigo trató poco, más bien trató con el comando del Ejército.
—Videla y Viola conocían a Cisneros, ¿podrían haberle hablado de la colaboración del Perú?
Puede haber sido. Yo nunca entraba cuando goberné, en los detalles; yo huía de los detalles. Trataba el fondo de las cosas, sobre todo en momentos de transición política.
—Hablamos con Ricardo Napurí. Dijo que usted se disculpó públicamente por la expulsión de los 13, pero que debe asumir que puso en riesgo sus vidas.
Eso se hizo público, hubo un comunicado, no fue algo secreto. No era ‘vayan a que los maten’. Fue una cosa transitoria, era un proceso muy difícil la transición. Había mucho estorbo. La izquierda era contraria a la Asamblea Constituyente, no quería el acto de volver a la democracia, porque decían que era volver a la continuidad histórica de estos partidos, que esto y que el otro.
—Esas discrepancias no se resuelven expulsando a 13.
Quizá, pudo haber otros procedimientos. Pero estaba convencido de que nada iba a pasar con sus vidas. La idea era mandarlos por unos días. Fue un error político, pero yo estaba entre la espada y la pared. Seguía el proceso político o lo paraba.
—¿Cómo se define respecto a sus homólogos de otras dictaduras que ahora sabemos cuántos horrores cometieron en nombre de la seguridad nacional?
La política nuestra era totalmente distinta. Esos gobiernos trataban de aferrarse al poder. Siempre he estado en desacuerdo total [con ellos]. No podía pensar que eso ocurriese en el Perú. Eran otros perfiles ideológicos, una derecha contumaz, nunca he sido derechista, no lo soy ahora.
—¿Cuál es la etiqueta que prefiere?
Yo soy, dame mi librito [se dirige a Remigio]. Se lo voy a dedicar, usted lo lee y sabe quién es Morales Bermúdez. Esa es mi respuesta. Así he pensado toda mi vida.
Tras el rapto de bravura, la entrevista se interrumpe para que el general haga el acto más afable de todos: dedicar al entrevistador su libro “Política, sociedad y acción humana. Visión cristiana de gobernabilidad democrática para alcanzar el bien común” (U. Ricardo Palma, 2016). Luego explica lo que define como el quid de su irrupción en nuestra historia: que el Plan Inca de Velasco no tenía fecha de cierre, pues hablaba de gobernar hasta que las ‘reformas fueran irreversibles’, o sea ‘para siempre’, pues aquella condición era imposible de verificar; y él lo cambió por el Plan Túpac Amaru, que sí contemplaba, claramente, el fin del gobierno de facto, el retorno a esta democracia cuyos sobresaltos siempre serán preferibles a una dictadura.