La reforma agraria peruana realizada en el régimen de Juan Velasco Alvarado no ha sido la única que Mario Vargas Llosa ha analizado. El gobierno de Jacobo Árbenz en Guatemala, época en la que está ambientada la última novela de Vargas Llosa, también inició una reforma de este tipo.
—Una de las propuestas más combatidas de [Jacobo] Árbenz fue la reforma agraria, que entregaba las tierras ociosas a los campesinos más miserables del país.
Además, las entregaba con la idea de ir creando una mentalidad de propietarios en los campesinos. Él no quiso seguir el modelo que había materializado Paz Estenssoro en Bolivia, porque consideraba que esa reforma agraria era demasiado socializante. Parecida a la velasquista.
—No podía dejar de preguntarle por la reforma agraria de Velasco a propósito de «Tiempos recios». Justamente, ahora hay un documental que ha reavivado la polémica sobre ella: «La revolución y la tierra».
Me lo han comentado. Yo creo que la reforma agraria de [Juan] Velasco [Alvarado] fue una catástrofe. La reforma agraria era una necesidad en el Perú sin ninguna duda, había que acabar con el latifundio. Pero no creando las granjas colectivas que creó Velasco. Y sobre todo, no poniendo al frente a personas que no tenían ninguna experiencia agrícola y que eran fundamentalmente funcionarios políticos.
La reforma agraria no trajo ni la redención del campesino peruano ni trajo un desarrollo de la agricultura en el Perú. Al extremo que fueron los propios campesinos al final quienes acabaron con la reforma agraria. Se repartieron, se dividieron las tierras, crearon las propiedades individuales que hasta ahora no son reconocidas por la legalidad en el Perú. El resultado de esa reforma agraria fue catastrófico.
Ahora, ¿hubiera tenido éxito la reforma de Árbenz? Pues no lo sabemos, no hubo tiempo de saberlo. Pero de hecho, la reforma agraria que él elige en cierta forma está inspirada en la única reforma agraria que ha tenido éxito en el mundo, que es la de Taiwán. Esa reforma, creando pequeños propietarios, es lo que él más o menos tenía en mente. No nacionalizó sino exclusivamente las tierras ociosas. Ninguna tierra que estaba trabajada la nacionalizó. Repartió tierras a medio millón de campesinos, los hizo propietarios con la condición de no vender esas tierras.
Esto porque había el gran peligro de que los campesinos perdieran las tierras si se abría completamente el mercado, de que el latifundio recuperara las tierras nacionalizadas comprándolas. ¿Hubo excesos? Sin ninguna duda hubo excesos. Hubo algunos sindicatos que exhortaban a los indígenas a tomar tierras de los latifundios. Pero Árbenz trata claramente de frenar los excesos, se pronuncia constantemente. El hecho es que su reforma agraria no era de tipo socialista, era una reforma más bien capitalista.
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