Por algunos de sus comportamientos últimos, los esposos Ollanta Humala y Nadine Heredia parecen no solo no estar viviendo en el Perú, sino en otro planeta.
El Perú no ha elegido a la señora Heredia como presidenta de la República, pero ella actúa y dispone de poderes políticos como si lo fuera. Es más, el mandatario avala esta condición de cogobierno contra todo principio y práctica legal y constitucional. Nunca habíamos llegado históricamente a una situación así de insólita.
En un mundo en el que las rancias monarquías tienden a modernizarse y a abrir el poder a partidos y ciudadanos bajo sistemas republicanos democráticos, a la pareja Humala-Heredia le cuesta demasiado tratar, dialogar y concertar con sus pares de la política. Los ven como sus adversarios hasta en la sopa.
Ambos han hecho suya la corona del reino exclusivo y excluyente del Partido Nacionalista antes que la suma de deberes y obligaciones con la República del Perú.
El rechazo del presidente a que su esposa responda por sus actos, no privados, sino ciudadanos, ante la ley y las autoridades, como lo hacen todos los peruanos y todos los súbditos de las naciones de todo el mundo, revela un abierto desprecio por nuestro sistema de convivencia democrática y por la inteligencia y el sentido común de las personas.
No sabíamos que sus dominios en las elevadas cumbres del Gobierno le concedieran a la señora Heredia tanta inmunidad y tanta impunidad. Lo peor de todo es que esto ocurre ante los ojos perplejos de los demás poderes del Estado, que parecen haber renunciado a sus prerrogativas de cuestionar y sancionar una anormalidad política y constitucional como esta.
La mujer que llevó de la mano al poder a Humala, que quiso forjar el continuismo presidencial a rastras, a través de una ilegal candidatura suya, y que sueña todavía con un lugar bajo el sol en la política peruana, ahora se niega a transparentar sus actos y sus cuentas, mediante recursos prepotentes y autoritarios.
Recursos prepotentes y autoritarios que buscan doblegar la moral y actuación de jueces, fiscales, legisladores y procuradores, y a la vez descalificar y amedrentar a la prensa.
Cómo quisiéramos que los “saludos” de Nadine, que Ollanta esparce a donde va entre quienes ni siquiera saben en qué anda metida la primera dama, llegaran también a las autoridades que la convocan a declarar sobre su relación política y económica con Martín Belaunde Lossio. “Saludos” de Nadine que de igual modo debieran extenderse al común de los peruanos que simplemente quieren saber cómo los Humala Heredia administran su balance patrimonial y tributario.
Los “saludos” de Nadine contienen en el fondo el ardid de pasar por verdad, y cosa juzgada, el ocultamiento de hechos, triquiñuelas financieras y vínculos con amigos de campaña electoral convertidos en hábiles “extractores de manteca” del presupuesto nacional. En suma, asistimos a la comprobación de cómo los falsos poderes someten a los poderes reales.
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