La primera noche de un largo cautiverio [CRÓNICA]
La primera noche de un largo cautiverio [CRÓNICA]
Paulo Rosas Chávez

Una explosión puso fin a la fiesta. Algunas de las personas reunidas para celebrar el cumpleaños del emperador japonés Akihito entraron en pánico. La residencia del entonces embajador nipón en Lima, Morihisa Aoki, fue tomada por asalto por 14 terroristas del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru () que habían hecho explotar uno de los gruesos muros de la casa. Algunos de los invitados pensaron que eran policías, pero las bandanas y los disparos al aire de los fusiles AKM les hicieron darse cuenta de su error. La orden fue “¡Todos al suelo!”.

En las afueras del 210 de la calle Thomas A. Edison, en San Isidro, se desató una balacera entre terroristas y policías que resguardaban la residencia. Adentro, en el jardín, el entonces alcalde de Miraflores, Fernando Andrade, se había refugiado bajo una de las mesas del bufet junto a su esposa y un gran número de invitados. En el segundo piso, el canciller Francisco Tudela empapaba un pedazo de tela para aminorar el efecto de las bombas lacrimógenas que, en su desconcierto, había lanzado la policía hacia las ventanas de la casa.

Cerca de las 8:50 p.m., la balacera concluyó y el MRTA tuvo el total control de la residencia. Distribuyeron a los más de 600 invitados en los dos pisos de la casa. En medio del tumulto, el ex congresista Samuel Matsuda se mantuvo sereno. Su intención había sido ir a la fiesta, saludar e inmediatamente partir. “Pero cuando me estoy retirando, un funcionario de la embajada me toma del brazo para preguntarme algo. En ese momento se produce la explosión”, recuerda.

Desde las 9:45 p.m., los terroristas empezaron a liberar a varios grupos de mujeres. Entre ellas, la madre y la hermana del hoy condenado ex presidente Alberto Fujimori. También salió Marcela Ramos, esposa del vicealmirante Luis Giampietri. Él se mantuvo adentro de la casa, aunque nunca creyó ser víctima de un secuestro. “Nunca me consideré un rehén, yo era un prisionero de guerra. A nosotros nos enseñan que, en esa situación, tienes que ver la forma de escapar”, cuenta.

—La huida y la muerte—
Los terroristas decidieron censar a los rehenes, que para ese momento ya eran solo 379 varones, y dividirlos en habitaciones según su cargo, rango y cercanía al gobierno. Mientras subía al segundo piso escoltado por dos subversivos, Tudela se cruzó con Andrade. Amagaron un saludo y, tras ello, el ex alcalde miraflorino se escabulló en un baño. Se encerró, forcejeó la reja de una ventana y trepó para salir de la residencia. Cayó en unos arbustos y se dirigió a donde estaban unos carros estacionados. Se le ocurrió poner uno en marcha y salir atropellando todo, pero desistió. Fue a la cochera y descubrió que una de sus puertas estaba entreabierta. Lo siguiente fue correr hacia la libertad.

Mientras Andrade escapaba, Tudela ingresaba a la habitación de Aoki, donde ubicaron a los rehenes que consideraban más importantes. En el cuarto, el ex canciller recuerda que alguien le dijo que el MRTA ya había anunciado su ejecución. La noticia lo impresionó, pero no sintió miedo. “Me apoyé en una mesa y empecé a ver esta especie de caos. Vi cómo entraba un terrorista trayendo a un embajador cogido del cuello de la camisa. El terrorista se reía en medio de la excitación y la felicidad por la operación. Era surrealista, era como ver una película de Federico Fellini”. Así transcurrió la primera de las 126 noches de un largo cautiverio.

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