“La historia de la salud es una metáfora de la historia política del Perú: el país tiene la vocación de regresar a sus problemas para no resolverlos”, escribió poco tiempo atrás el historiador Marcos Cueto en una columna publicada en este Diario. Autor de libros de referencia, como “El regreso de las epidemias” y “Salud en emergencia”, Cueto establece como paralelos todas las lecciones no aprendidas por el país en lo relativo a las enfermedades amplias y críticas. Lo vivimos con la peste, la malaria, el cólera, la tuberculosis, el coronavirus y, ahora mismo, con el dengue.
-Ya sabemos por qué hay dengue en esta magnitud: el ciclón, las lluvias, el calor, los mosquitos. Cuenta la historia que antes había sido erradicado. ¿Cómo volvió?
Siempre hubo brotes de dengue, inclusive en el siglo XX, pero lo que se eliminó fue el aedes agypti, el mosquito que transmite el dengue y la fiebre amarilla. ¿Cómo regresó? En mi opinión, por factores estructurales y políticos. Factores estructurales como la minería ilegal, que desde los años 80 opera con más intensidad; en esta actividad se crean reservorios de agua, donde aparecen otras especies de aedes. Además, allí acuden poblaciones migrantes que van y vienen. Luego, en el país se intensifica un patrón de urbanización sin saneamiento, sin sistemas de agua y desagüe, con la costumbre de acumular agua en contenedores domésticos. Por otro lado, desde los años 90 en adelante se enfatiza mucho el tratamiento y descuida la prevención, y en la prevención está la vigilancia epidemiológica: reaccionar frente al primer brote, y tener lo que se llama el control vectorial. En los años 80 hubo una gran explosión de dengue en el Caribe, sobre todo en Cuba, y desde allí se difundió con más fuerza por América Latina. Es decir, el Perú nunca estuvo completamente libre del dengue, pero hubo momentos donde sí estuvo libre del aedes agypti. En 1958, el Perú recibió un diploma por no tener el mosquito, y eso generó una complacencia, un debilitamiento de los controles y, con los años, regresó.
-En una reciente columna, usted contaba otra hipótesis que no ha sido estudiada a fondo: que en mosquito reapareciera con fuerza con la llegada de las avionetas del narcotráfico.
Se creía que ese era el motivo principal, el incremento del narcotráfico con avionetas que venían de Colombia o que habían estado en el Caribe, y que en ellas habían venido los ‘narcozancudos’. Puede ser cierto, pero no creo que sea el único factor. El origen puede ser externo, pero el proceso de afincamiento de la enfermedad ha sido por factores internos. Ha habido en el Perú un crecimiento poblacional gigantesco, y en ese crecimiento proliferan los cementerios ilegales que nadie cuida; allí, las macetas o floreros que acumulan agua sirven como criaderos de mosquitos. En mi opinión, se ha enfatizado que el problema del dengue es un problema de estilos de vida, y que las personas deben asumir la responsabilidad de limpiar sus contenedores de agua. Los salubristas se están dando cuenta que es importante comprender la cultura de quienes reciben la información, y entender los factores estructurales. Para muchas personas una llanta vieja puede ser un objeto inservible, pero para los más pobres eso tiene un valor, siquiera de unos pocos centavos.
-Pero, ¿por qué golpea tanto? ¿Cuáles son los factores que fallan otra vez? No terminamos de enterrar muertos por el COVID-19 y ahora enterramos a los muertos por el dengue.
En el Perú hay la costumbre de esperar a que se presente el desastre, un ciclo vicioso entre la crisis, las respuestas temporales que postergan una solución verdadera y, después de un tiempo, regresa la misma crisis sanitaria o política. Ha habido mucha banalización, indolencia y negligencia durante años. El último gran brote fue en el 2017 pero, si uno ve las curvas, entre el 2017 y ahora siguió habiendo dengue.
-Sumando factores como el crecimiento desordenado, la informalidad, el descontrol, ¿se puede predecir qué otros males podrían elegir al perú como epicentro?
Hay todo un capítulo sobre lo que los sanitaristas llaman enfermedades emergentes; hay algunas que no estuvieron en el Perú durante los últimos años, pero existe el peligro de que vuelvan a aparecer. Una candidata natural es la gripe aviar en formas más violentas. La última vez que se presentó fue en México en el 2009; no ha llegado al Perú pero las condiciones están, porque viene con aves migratorias e infecta primero a las aves de corral, luego a los seres humanos. No se han estudiado lo suficiente las condiciones sanitarias en que son criados los animales que consumimos. Hay mucho temor de que estas enfermedades emergentes sean una próxima pandemia en el Perú. Leí en el periódico que hay cuatro o cinco casos de gripe en Chile, que causan una gran alerta. En el siglo XX, la gran epidemia, la que causó una gran mortalidad en el mundo, fue una gripe aviar en 1918, que mató entre 50 y 100 millones de personas. Que vuelva a aparecer algo así, no está descartado.
-¿Es el Perú un país perfecto para que se desaten epidemias? Tenemos desigualdad, malos servicios, corrupción, informalidad, inestabilidad...
Yo creo que sí, porque además hay una cultura -política y popular- de pensar que vivimos en un ciclo de sobrevivencia, que mira el corto plazo y que muchas veces es individual, no colectiva. Una sobrevivencia que significa una serie de respuestas temporales y, en realidad, lo que se hace es postergar una crisis. Las respuestas temporales dan una sensación de seguridad y banalizan la gravedad de una epidemia, facilitando la negligencia. Es llamativo que en las últimas campañas electorales, incluso en la que se hizo en medio de la pandemia, la salud pública y la prevención no fue uno de los temas centrales. No hay un pacto político para pensar en los problemas de largo plazo en el Perú: salud pública, educación, inversión en investigación científica. Por eso, cuando llega una emergencia como la del COVID-19, dependemos totalmente de las vacunas que vienen de afuera.
-Una enfermedad, como una crisis climática, es siempre un escenario para el populismo político. ¿Escuchó a la ministra de Salud decir que en dos semanas se acabaría el problema del dengue? Es el cortoplacismo por excelencia.
Es un gran error, y también una mala costumbre de hacer promesas de que en un determinado plazo se va a llegar determinada meta, sin contar con los recursos suficientes. Y, claro, cuando se aproxima esa meta, se postergan los plazos. Además, se confía en lo que los historiadores llaman balas mágicas: una tecnología que sea como la ‘solución’ al problema. En el caso del dengue, está muy bien limpiar los contenedores de agua doméstica, pero no es lo único, hay que aprender realmente a educar a la población, cambiar el sistema de urbanización. La historia del Perú no es lineal, sino circular, vivimos atrapados por los mismos problemas.
-Alguna vez, citando al historiador Charles Rosemberg, mencionó las tres fases de una pandemia: negación, explicación y solución. En cuanto al COVID-19, aún hay quienes lo niegan, pero hay cierto consenso sobre el origen. La pregunta es: ¿está ya superada esa crisis?
También apelando al texto de Rosemberg, él dice que la última etapa puede ser de olvido, algo peligroso que está ocurriendo ahora. Uno de los legados del COVID-19 es que se entendió que era una situación de ‘sálvese quien pueda’, pero a nivel mundial: primero los países ricos y, en uno de los últimos lugares de la fila, el Perú, que tuvo más casos per capita. Se consiguieron vacunas, pero tarde, se pudo haber salvado más vidas. Otro legado es que la Organización Mundial de la Salud (OMS) no ha salido tan fortalecida de esta experiencia, y no hay un organismo que la reemplace. Puede venir una nueva crisis mundial y no sabemos cómo vamos a responder. Es una institución importante, de todas las agencias de Naciones Unidas es la mejor, ha tenido conquistas importantes, como la erradicación de la viruela, pero ha tenido cada vez menos fondos y menos reconocimiento político. Ahora no hay nada que la reemplace. Estados Unidos, que tiene un programa de salud internacional muy activo, promueve acuerdos bilaterales. No hay nadie que esté pensando en un organismo multilateral de sanidad, no hay un liderazgo.
-No estamos libres de un nuevo brote de dengue por El Niño, y ni siquiera estamos a salvo de que la gripe aviar grave regrese con fuerza. Básicamente el país está en modo súplica.
Sí, y nos estamos acostumbrando a males que ya no existían o que no eran tan fuertes. Por ejemplo, la tuberculosis pulmonar en los años 80 no era tan intensa en Lima y las grandes ciudades del Perú. Pero desde entonces, se ha incrementado de una manera increíble; incluso se han creado nuevas cepas, y hay una llamada XX Multidrogo Resistente, a la que ninguna medicina cura. Esa cepa surgió en los pueblos jóvenes de Lima. Se sabe que la tuberculosis tiene que ver con la buena nutrición, que aumenta el sistema inmune, y con buen abrigo, que tiene que ver con la vivienda; hay determinantes sociales que se tendrían que haber atendido y no se han solucionado. Nos hemos ido acostumbrando. Recuerdo que, para mis abuelos, la malaria era un asunto del azar: a unos les daba y a otros, no. Ahora nos estamos volviendo a acostumbrar a males que ya habían pasado, como la tuberculosis, la malaria, el dengue. Estamos teniendo la misma actitud de nuestros abuelos, de pensar que la enfermedad es inevitable, cuando no es así.
-La historia de las pandemias es también la historia de los errores. Hace 120 años se pagaban cinco soles por cada rata muerta en Lima, para frenar la peste. ¿Cuáles fueron los grandes errores de la epidemia del coronavirus?
Pensar en el corto plazo y exagerar las cuarentenas, aunque eso sucedió en buena parte del mundo. Un error histórico es que no se había creado la infraestructura para que el país pudiera crear su propia vacuna; lo tiene Brasil, lo tienen México, Argentina. ¿Por qué el Perú no ha invertido en infraestructura médica y científica? No tengo esa respuesta. Ha pasado la emergencia, pero siguen la desigualdad social y los factores que pueden volver a aparecer en una pandemia. El COVID-19 reveló que la infraestructura sanitaria en el Perú, en recursos humanos y hospitalarios, era totalmente insuficiente, y eso no se ha solucionado. Los hospitales ahora están sobrecargados, y no es primera vez que eso ocurre. La mayoría de casos de dengue están en el norte o en la Amazonía; quizá, y esto es lo triste, si hubiera más casos de dengue en Lima, recién esto sería visto como un desastre mayor.
-En su libro “El regreso de las epidemias”, explica que el trasfondo de las epidemias es que suelen marcar el desenlace de una era. ¿Con qué era terminó el COVID-19?
El Perú inició un proceso de aumento de las exportaciones de materias primas y de cierto ordenamiento democrático después de la caída de Fujimori; eso coincidió con una globalización económica general en que se prometió que todos los países del mundo, incluyendo a los que están en vías de desarrollo, iban a poder participar de la riqueza del mercado mundial. Eso empezó a resquebrajarse en la crisis de los bancos en el 2008, que llegó tarde a nuestro país, y creo que el COVID-19 cierra esa era de globalización. Ahora es un sálvese quien pueda entre los países, y un sálvese quien pueda dentro de las sociedades. Hay una atomización de la sobrevivencia que es preocupante.
-¿Cómo un historiador de la medicina -disculpe la etiqueta- vive en tiempo real una pandemia como la del coronavirus, y luego la del dengue? ¿Por qué hacer la historia de la enfermedad?
He tenido la suerte de estar siempre en contacto con especialistas en medicina y salud pública. Dialogaba mucho con profesores y estudiantes que pensaban de qué manera la historia podía ayudarlos a entender el presente y el futuro. La historia no sirve solo para tener una visión del pasado, sino también para pensar en el futuro, en el largo plazo.