Las columnas de opinión son casi siempre espacios de análisis combinado con catarsis. Uno adopta un tema que lo indigna, lo preocupa o lo conmueve y exprime las 500 palabras que le permiten los editores para tratar de hincar lo más posible en el asunto elegido. Un columnista, particularmente de política, es casi por definición, un pinchaglobos. Sin embargo, la coyuntura festiva del 28 de julio exige un tono más optimista.
PARA SUSCRIPTORES: ¿Qué episodios de nuestra historia nos marcaron y volvieron una sociedad resiliente?
¿Cómo hablar en positivo de la política peruana sin mentir? He ahí la cuestión. Empecemos entonces por sincerar las cosas. Si la política nacional fuese un vaso, sin duda estaría medio vacío. Es más, siendo justos, eso que queda ahí califica más de concho que de contenido. Sin embargo, que el vaso no esté totalmente vacío es una buena noticia. Así que ahí está el eje de lo que voy a escribir a continuación: ¿Estamos mal? Sí, señores, sin duda. ¿Estamos en una situación terrible e irreparable? No.
Se me ocurren al menos tres motivos por los que aún podemos tener algo de fe en la política nacional. El primero es que tenemos algo sobre qué construir. Nuestras instituciones son enclenques, pero ahí están. No somos un Estado fallido y la situación de nuestra democracia es infinitamente mejor que la que ha tenido en el promedio de nuestra vida republicana.
El segundo motivo es más visible que el anterior: la continuidad democrática. Para países con democracias más sólidas que la nuestra, que sus presidentes se sucedan unos a otros elegidos a través de comicios universales y transparentes es tan obvio como que el sol sale por un lado y se esconde por el otro. Para nuestra modesta tierra de dictadorzuelos y caudillos, la sucesión democrática es más bien una rareza. Aunque la del 2021 vaya a ser una elección atípica y sin pompa, representará un hito en nuestra historia, pues será la quinta vez consecutiva que los peruanos elijamos a nuestros representantes en las urnas.
Finalmente, aunque la corrupción sigue siendo un mal que se aferra terca y subrepticiamente a nuestro tejido institucional, el Caso Lava Jato le ha brindado al país la posibilidad de tener visibilidad sobre el problema. Así como los ‘vladivideos’ en el 2000, los sobornos de Odebrecht han sacado al fresco a toda una generación de políticos que hoy se encuentran fuera o en los márgenes de la competencia electoral. Estamos, pues, ante una ventana de oportunidad para la renovación. El asunto está en contar con reglas de juego que permitan mejorar la calidad de la oferta para que luego dependa de nosotros, los ciudadanos, hacer la elección correcta. Sí existen personas honestas y capaces que quieren incursionar en la política, falta promover su participación. Por ello la reforma política no es un tema menor, aunque genere muy poco interés.
En resumidas cuentas, el conchito de nuestro vaso político tiene potencial para darnos el combustible que necesitamos para avanzar hacia un futuro mejor, como también existe el riesgo latente de terminar bastante peor de lo que estamos hoy. Esperemos que ocurra lo primero.