Cuando el ahora presidente Pedro Castillo se perfilaba para la segunda vuelta electoral, la fórmula de sus discursos ya era bastante conocida: siempre apuntaba a una élite rival (económica, política, mediática), daba una lectura absoluta u homogénea de la población y sus necesidades, y enaltecía el rescate de la soberanía popular. Aunque sus mensajes han ido bajando un poco de tono tras asumir el gobierno, los componentes populistas en el contenido son casi los mismos.
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“Aquellos medios (de comunicación) que hacen lo que quieren, defienden a la gran oligarquía, no se acuerdan de aquel hombre que no tiene un pan, educación y salud, que está clamando derechos”, decía el Castillo candidato en abril. Para el 3 de octubre, en el lanzamiento de la segunda reforma agraria, reiteró su visión sobre el pueblo y sus antagonistas: “Acabemos con los patrones y hacendados, porque ellos ya no comerán del sudor de los pobres y los campesinos”.
No dista mucho de lo que expresara en su mensaje a la Nación, tras asumir la presidencia. “Muchas de las disposiciones hoy vigentes solo benefician a las grandes corporaciones para que puedan llevarse nuestra riqueza a raudales”, afirmó el jefe del Estado ante el Congreso ese 28 de julio.
En diálogo con El Comercio, el politólogo Rodrigo Barrenechea, quien ha estudiado el fenómeno en Sudamérica, explicó que el populismo es, básicamente, “una idea o una forma de ver la política, según la cual el conflicto principal en la sociedad es el que divide a un pueblo puro de una élite corrupta que no lo representa”.
“En ese sentido, lo que propone un populista es que la política debiese estar orientada a hacer siempre la voluntad del pueblo. Por supuesto, es una visión maniquea de la realidad, como lo son todas las ideologías en el fondo”, indicó Barrenechea.
El también politólogo Eduardo Dargent coincide en esa explicación. Añade que el populismo “se asocia históricamente al surgimiento de un tipo de liderazgo que habla en nombre del pueblo y que pretende ejecutar mandatos populares”.
“Por un tiempo se pensó que el populismo, como tal, se había quedado en el pasado. Incluso se llegó a pensar en el Perú que Alan García, en su primer gobierno, sería el último populista. Pero el fenómeno de esa retórica siguió evolucionando. Lo aplican políticos tanto de izquierda como de derecha que, por ejemplo, acusan en sus discursos a otros grupos o élites políticas de haber secuestrado el interés del pueblo. Por ejemplo, un populista de derecha que llevó ese tipo de mensaje en el Perú fue, claramente, Alberto Fujimori”, sostuvo Dargent.
Para este informe, la Unidad de Periodismo de Datos de El Comercio analizó los discursos y algunas entrevistas de exmandatarios peruanos y actuales presidentes de América Latina. Así, hallamos elementos populistas en unos y descartamos ese perfil en otros. Considerando los últimos 30 años de gobiernos en el Perú, encontramos en Alberto Fujimori (quien devino en autoritario) y Pedro Castillo una retórica más populista, aunque diferenciada por sus ideologías. Así, Castillo es el gobernante peruano más populista de las últimas dos décadas.
Dargent y Barrenechea coinciden en que el presidente Castillo calza con el perfil típico de un político populista. No obstante, remarcan que ese perfil no necesariamente sintoniza con el partido Perú Libre, donde su facción más radical se inclina por una izquierda clásica con aditivo autoritario.
“Castillo responde a una forma populista de ver la política. Sus discursos reflejan muy claramente ese esquema. Sin embargo, es cierto también que se ha encontrado con Perú Libre, que tiene una doctrina o una ideología mucho más clásicamente de izquierda o marxista-leninista. Ese encuentro se da, en parte, porque Castillo es un populista de izquierda, con ideas redistributivas, y porque ambos comparten o compartían una visión anti-pluralista de la política, o sea, contra la idea de que en la sociedad existen múltiples voces, muchas de ellas contradictorias, pero todas igualmente legítimas”, refirió Barrenechea.
Para Dargent, es importante diferenciar el populismo del sectarismo o de la ideología radicalizada. ”Hay formas de volverte sectario y que no son necesariamente populistas. En ese caso, yo creo que [el líder de Perú Libre] Vladimir Cerrón o incluso [el congresista del lápiz] Guillermo Bermejo, por ejemplo, tienen formas autoritarias que no necesariamente son populistas. Igual ocurre en la derecha peruana con Renovación Popular, por ejemplo. Unos hablan de poderes fácticos que conspiran contra el gobierno y otros pretenden justificar su posición con teorías de cómo el Perú se encamina a una supuesta ‘dictadura comunista’. En el caso de Castillo, sí lo veo como un populista más típico”, dijo.
Populismos en América Latina
En un comparativo con los actuales presidentes de la región latinoamericana, Castillo se ubica en un punto medio: no es un político populista que se incline por ahora a lo autoritario ni tampoco ha llegado a moderar tanto su discurso. Para el cuadro, identificamos a Nicolás Maduro (Venezuela) y Luis Arce (Bolivia) como los presidentes sudamericanos más populistas, y a Miguel Díaz-Canel (Cuba) y Daniel Ortega (Nicaragua) como populistas extremos, aunque más alineados con al autoritarismo. En los cuatro se hallaron coincidencias discursivas, siendo una principal la denuncia constante al “hegemonismo imperial estadounidense” como rival e intruso de su agenda política nacional.
En otra línea de populismo se encuentran Andrés Manuel López Obrador (México), el propio Pedro Castillo (Perú) y sus contrapartes en la derecha Jair Bolsonaro (Brasil) y Nayib Bukele (El Salvador). No obstante, los politólogos consultados advirtieron que Bukele ya está tomando un giro autoritario. Otros gobernantes más moderados en su populismo son el centroizquierdista Alberto Fernández (Argentina) y el centroderechista Alejandro Giammattei (Guatemala).
Una pregunta clave en este informe fue si el populismo es inmediatamente negativo. El politólogo Rodrigo Barrenechea sostuvo que tiende a serlo cuando se lo lleva al extremo práctico. Esto, porque una característica principal del político populista es el anti-pluralismo. Además, cuando existe un apoyo popular muy grande, el populista se legitima y puede desviar su política hacia la anti-democracia, como ocurrió con Hugo Chávez y se mantiene con Maduro en Venezuela.
“Es cierto que los populistas han sido una fuerza democratizadora en muchos contextos de la historia, en el sentido de que han traído a la política la voz de sectores tradicionalmente excluidos. Pero también hemos tenido y tenemos populismos de izquierda y de derecha que han devenido en autoritarios. Hay maneras de pensar en grados de populismo. Primero, en cuán pegado está el político a ese tipo de ideas en su discurso y si, además de decirlas, actúa en consecuencia. Los políticos populistas en extremo son anti-pluralistas y, por tanto, tienden a destruir los elementos liberales de la democracia, los pesos y contrapesos, los derechos de las minorías, pues en tanto ‘ellos son la voz del pueblo’, todos aquellos que no están a favor son excluidos, silenciados o deslegitimados”, comentó.
El especialista remarcó que, cuando el apoyo popular al político populista no es mayoritario, se forma un potencial de reivindicación a temas de agenda pública y social olvidados. Aportó que los principales objetivos de los gobernantes populistas son ganar y retener el poder, ya sea para sí mismos o para sus partidos, o implementar, como cualquier otro político, sus líneas programáticas.
Dargent también señaló que el peligro del populismo está en su extremo. No obstante, añadió que no todas las figuras autoritarias de la región aplicaron el populismo.
“Un populista de izquierda duro y un populista de derecha duro suelen convertirse en personajes autoritarios. Pero ahí yo demarcaría la diferencia con el político meramente conservador tradicional de derecha extrema y el de izquierda radical porque ellos se suelen atribuir el rol de guías del pueblo, que incluso quieren decirnos qué es pueblo y cómo se debe comportar. Eso no es lo mismo que ser populista”.
¿Castillo moderará su populismo?
Con la reciente renovación de su Gabinete ministerial a uno más moderado y el rechazo que esto ha tenido desde la izquierda dura de Perú Libre, vale preguntarse si el presidente Castillo se desprendería poco a poco de su discurso populista para adquirir formas más pragmáticas de hacer política.
Dargent afirma que eso podría ocurrir, pero muy ligeramente. “A Castillo ya lo vimos moderarse cuando al inicio, durante su candidatura, arremetía contra las instituciones y luego dejó de hacerlo. Ahora, la oposición, el Congreso, el malestar en las calles, la poca aprobación, pues no le dan ese espacio para escalar su discurso a un extremo”, agregó.
Sin embargo, el politólogo destaca que el populismo, aun en niveles moderados, siempre debe leerse críticamente, pues ya hubo gobiernos nacionales y extranjeros en los que sí alcanzó un punto negativo y peligroso.
“La historia nos ha mostrado a varios personajes populistas en el poder que no solo terminaron amenazando o golpeando la democracia, sino que además no resolvieron los problemas contra los que levantaban banderas”, expresó. Agregó que las divisiones sociales históricas a las que alude Castillo en sus mensajes son legítimas de revisarse y resolverse, pero que cuando solo se exacerban o simplifican para utilizarse políticamente, hay que mirar todo con cuidado”.
Para Rodrigo Barrenechea, la posibilidad de que Castillo deje de ser populista es más remota, pues su sola figura ya ha sido convertida en un símbolo de contraposición a las élites.
“La forma populista en la que Castillo piensa la política coincide con la de muchos sectores del Perú. Efectivamente, hay otros políticos de su coalición que pueden no ser populistas y aplicar un tipo de discurso, políticas y símbolos no populistas, pero considero que Castillo está muy unido a esos términos. Él mismo apela constantemente a los símbolos, a ser una persona del pueblo y de estar en contra de las élites. Y es posible que el propio Castillo intuya que esa es una de sus fortalezas y que, por tanto, no le conviene abandonar el discurso. No apostaría a que se ‘despopulice’, al menos no en términos retóricos y simbólicos”, indicó.
El especialista agregó que la llamada ‘ollantización’ o ‘humalización’ que algunos sectores ven potencial en Castillo [en referencia a la moderación que tomó el expresidente Ollanta Humala en su tiempo] no se refiere, en el fondo, a un cambio programático, sino a reducir o dejar cierta retórica populista. En tal sentido, reitera que al presidente Castillo no le conviene ‘humalizarse’, pues gran parte de su proyecto político se ha basado en el discurso.