"Galarreta olvida, o sencillamente no quiere reconocer, que tres de cada cuatro peruanos quisieran ver a la gran mayoría de congresistas irse a sus casas", escribe la columnista. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)
"Galarreta olvida, o sencillamente no quiere reconocer, que tres de cada cuatro peruanos quisieran ver a la gran mayoría de congresistas irse a sus casas", escribe la columnista. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)
Redacción EC


Por Mávila Huertas

“¿Cree que el Congreso hizo todo bien en el último año y ocho meses?” le preguntó un periodista de este Diario al presidente del Poder Legislativo… “Veo una autocrítica en que tal vez sería mejor debatir más a fondo alguna norma o apurarse en otra. Tenemos muchísimo por mejorar. ¿Pero autocrítica en la relación del Congreso con el señor Kuczynski? Ninguna”.

Insólita por decir lo menos fue la respuesta ofrecida por Luis Galarreta en la entrevista publicada este fin de semana. Sorprendente su despreocupada soberbia y su nula capacidad de reflexión acerca del papel que ha desempeñado el poder que dirige durante una de las peores crisis políticas que los peruanos hemos enfrentado en los últimos dieciocho años.

Si Pedro Pablo Kuczynski fue criticado por su permanente desconexión con la realidad del Perú, es legítimo y hasta responsable extender el diagnóstico y la crítica a quien preside el Parlamento. Galarreta olvida, o sencillamente no quiere reconocer, que tres de cada cuatro peruanos quisieran ver a la gran mayoría de congresistas irse a sus casas. La aprobación del Legislativo está por los suelos, pero él, lejos de una autocrítica a la altura de las circunstancias, se vanagloria sin pudor de la revancha cobrada al candidato que derrotó a su partido en la segunda vuelta.

Sus declaraciones traslucen cachita cuando, por ejemplo, tilda al gobierno saliente de corrupto.

Ciertamente, PPK cometió el gravísimo error de mentirle al país al negar sus vínculos con Odebrecht. Cada día surgen nuevas evidencias del beneficio personal que obtuvo saltando del sector privado al público y viceversa. Será la justicia la que determine si incurrió en delito; sin embargo, nada evitará que pase a la historia como un presidente con graves cuestionamientos éticos.

Pero ética es lo que menos ha exhibido también el actual Congreso de mayoría fujimorista. Y esta es otra lamentable coincidencia entre quienes han venido manejando ambos poderes del Estado.

Para muestra un botón. Nadie se atrevería a negar la importancia de esclarecer los supuestos negociados registrados en video por Moisés Mamani (quien lleva dos años siendo investigado por lavados de activos), ¿pero acaso no merece el mismo rigor Yesenia Ponce por las falsedades en sus certificados de estudios? Para este Congreso no. La Comisión de Ética acaba de archivar su caso. Sin pizca de remordimiento.

Hace solo unos días, el fujimorismo reaccionó con ferocidad cuando se pidió trasparencia en la forma en que la Comisión de Presupuesto asignaba los proyectos por regiones porque, según dijeron, es lógico que quien obtuvo mayoría parlamentaria tenga la prioridad y se quede con el pedazo más grande de la torta. Sí, claro. Sobre todo ahora que la flamante Ley de Fortalecimiento de la Contraloría le permitirá fiscalizar más y mejor a todos menos al Congreso porque es autónomo.

Ya no hablemos del conveniente retraso en las reformas electorales, o de la olvidada discusión sobre el financiamiento de los partidos políticos. O las nuevas interpretaciones auténticas que han sacado adelante porque ganaron pues, y tienen más votos… y por ende más poder, solo poder, lamentablemente.

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