"La generación del bicentenario tiene que hacer lo que la anterior no hizo: comprometerse con el país formando partidos o ingresando a los existentes". (Foto: GEC)
"La generación del bicentenario tiene que hacer lo que la anterior no hizo: comprometerse con el país formando partidos o ingresando a los existentes". (Foto: GEC)
Jaime de Althaus

Lo bueno de todo esto ha sido el nacimiento ciudadano de una nueva generación que exige un orden institucional predecible con reglas que aseguren un juego limpio e interesada en la construcción de un país distinto y viable. Lo que, si se canaliza bien, le daría futuro al país. Hay en el fondo un sentimiento de defensa de la democracia liberal en cuanto ella significa limitación al poder arbitrario, y la demanda por un orden político que funcione.

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La pregunta es cómo canalizarla de una manera tal que ayude efectivamente a avanzar. Porque las marchas que comenzaron protestando contra el “golpe” y exigiendo la salida de , terminaron en los últimos días instalando en la agenda nacional algo que hasta entonces solo era una demanda de la izquierda: una asamblea constituyente.

Para un sector de los marchantes, no necesariamente de izquierda, la Constitución se ha convertido en un símbolo de lo malo, de lo sucio en la política, y una nueva Constitución sería algo así como una refundación simbólica de la república, de un país nuevo, limpio.

Pero eso es una ilusión que ya se ha repetido 12 veces en el Perú, con los resultados que conocemos. Más bien la Constitución del 93 sí se diferenció en el sentido de que alumbró un modelo económico que nos ha permitido crecer y reducir la pobreza como nunca en la historia, proceso que ha sido afectado por sobrerregulaciones en los últimos 10 años y por la destructiva confrontación política de los últimos 5, contra la que protesta una generación que es hija precisamente de la bonanza generada por esa Constitución y que ve cómo todo se echa a perder por culpa de un sistema político corrompido que no funciona.

De lo que se trata es de recuperar libertad económica, mejorar el Estado y cambiar las reglas de juego políticas. Nada de eso requiere nueva Constitución; solo determinadas enmiendas. Una nueva Constitución como poción simbólicamente regeneradora de la República valdría la pena si no fuera porque todas las reglas de juego se pondrían en suspenso durante un buen tiempo en plena pandemia y el país se paralizaría y demoraría bastantes años más en recuperarse de la pobreza basal en la que ha caído. Sería una forma de insensibilidad. Y de todas maneras el capítulo económico quedaría más o menos dañado por algo que no tendría otro efecto que la satisfacción de una autoría generacional.

La generación del bicentenario tiene que hacer lo que la anterior no hizo: comprometerse con el país formando partidos o ingresando a los existentes. Ahora es más fácil formar un partido, y debería presionarse para que sea más fácil aún. Y así como hubo organización para la movilización, debería poder haberla para el debate de propuestas para diseñar un Congreso que realmente represente y un sistema político funcional y limpio. Quizá candidaturas actuales podrían canalizar ese debate.

Y se requiere un pacto nacional para reformar la excluyente y costosa formalidad que deja al 70% de los peruanos fuera de la República, y para cambiar el Estado y el sistema de Salud, que excluye a los peruanos del Estado social. Esa es la verdadera refundación. Fundación en realidad. ¿Cómo organizarse para eso?

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