El hecho de que el Ejecutivo y el Legislativo estén tan claramente en manos distintas no solo contiene el riesgo obvio del enfrentamiento de poderes, que sería nefasto y que en el pasado siempre desembocó en golpes de Estado, sino que desconcierta a los propios protagonistas porque no saben bien cómo definir su conducta política.
Así, Keiko Fujimori anuncia que es oposición al Gobierno, pero al mismo tiempo proclama que convertirá su plan de gobierno en leyes, imponiéndole al Ejecutivo un plan ajeno. Pero si el Gobierno va a aplicar el plan de Fuerza Popular, ya no tiene sentido que esta sea oposición al Ejecutivo. Así, todo resulta contradictorio.
El presidente Kuczynski, por su parte, ante la impotencia legislativa del Gobierno, revela en una entrevista lo que seguramente fue materia de alguna conversación interna: cómo “jalarse” a 30 congresistas de Fuerza Popular. El “demócrata” de la campaña electoral insinuando prácticas montesinistas. El mundo al revés.
Felizmente todo quedó bien zanjado con las disculpas de Fernando Zavala, aceptadas por Salgado. A comenzar de nuevo, entonces. Pero, para comenzar de nuevo bien, hay que cambiar los conceptos. Cambiar ‘oposición’ por ‘cooperación’.
Porque lo natural es que la oposición sea siempre minoría y la mayoría gobierne. Si Fuerza Popular tiene la mayoría absoluta del Congreso, debería poner el primer ministro, como es en los parlamentarismos –que son mucho más sabios y funcionales– o incluso en el semipresidencialismo francés (cohabitación). Allí sí podría aplicar su plan de gobierno.
Acá no es así. Por lo tanto, si ambos poderes están en distintas manos, el sistema constitucional obliga a cooperar. Pero eso exige virtud, capacidad de concertación. Fuerza Popular, habiendo obtenido una mayoría aplastante, y teniendo el poder de las leyes en sus manos, tiene que pasar mentalmente, repetimos, de la ‘oposición’ a la ‘cooperación’. Tampoco puede imponer su plan de gobierno. Tiene que concertarlo con el del Ejecutivo.
Pero ese cambio no es fácil. Exige una evolución espiritual, un nivel de virtud que el semipresidencialismo francés, por ejemplo, no demanda.
Si Fuerza Popular no se siente en capacidad de desarrollar ese nivel virtuoso de cooperación, debería procurar un cambio constitucional al estilo francés, y asumir su responsabilidad en el premierato. Sería un buen cambio.
De todos modos nuestro sistema tiene algunos elementos del parlamentarismo: el voto de investidura, por ejemplo. Mediante él, el Congreso aprueba el plan del Ejecutivo. Pero, si lo aprueba, ya no podría imponer el propio. Y, en teoría, tampoco podría denegar las facultades legislativas que se desprenden de él. Todo esto requeriría concertación previa para que el voto de investidura no sea solo un ritual desmentido después por el rechazo a las facultades legislativas. Y no es difícil: hay mucho en común. No hay excusas para no acordar un plan ambicioso de reformas, que el país necesita.
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— Política El Comercio (@Politica_ECpe) 5 de agosto de 2016