¡No culpe a otros, señor presidente!, por Juan Paredes Castro
¡No culpe a otros, señor presidente!, por Juan Paredes Castro
Juan Paredes Castro

y su esposa, , terminarán pronto de cogobernar sin haber aprendido lo que muchos usuarios del poder presidencial aprendieron: una elemental práctica de la autocrítica.

Se irán con la más baja aprobación que ellos mismos propiciaron, pero pensando, ambos, que hicieron el mejor gobierno de la historia del Perú.

Y lo que es peor: habiendo culpado a otros de sus desaciertos propios, perseguido a sus adversarios políticos por los mismos delitos por los que ellos son acusados, y establecido una doble verdad: una para predicarla, con su mejor rostro, y otra para ocultarla, bajo las sombras.

Ahora sabemos que Ollanta Humala, el Partido Nacionalista y la llamada gran transformación fueron más proyectos de campaña electoral que alternativas de gobierno. A estos proyectos de izquierda autoritaria les importó más estar en la ruta del financiamiento político chavista que en el horizonte de una gobernabilidad democrática para el Perú.

La demostración más palpable de esta aventura política fue la construcción en el poder de un híbrido inédito: un gobierno dispuesto a honrar, en apariencia, la democracia, las libertades y la economía de mercado; un presidente orientado a seguir, a contracorriente, los ejemplos de Hugo Chávez y Velasco Alvarado; y una primera dama, la señora Nadine Heredia, entregada a llenar los vacíos de mando de su esposo y en muchos casos a hacer sus veces abiertamente.

La primera consecuencia de este híbrido inédito fue la pérdida gradual muy grave de una institucionalidad democrática que ya venía deteriorada, lo que echó por los suelos las escasas reservas del principio de autoridad gubernamental que hoy nos pasa la factura a través de la criminalidad desbordada y la estructura judicial venal que la acompaña.

No podía esperarse otra cosa de un presidente que llegó al poder y que ejerce el poder con la Constitución por la que se negó a jurar y cuya vigencia de 25 años, nos guste o no, no ha podido ser revertida. No podía esperarse otra cosa de un presidente al que le cuesta demasiado garantizar la neutralidad de su gobierno y la suya propia frente al proceso electoral convocado por él y en plena marcha.

No sabemos hasta dónde va a tener cuerda el primer ministro para sortear todas las licencias antidemocráticas del presidente, como pretender convertir en derecho de opinión sus diatribas contra personas y proyectos políticos vinculados al proceso electoral.

Que el Apra haya frustrado el proyecto de reelección conyugal que buscaba convertir a su esposa en su sucesora y que el fujimorismo haya promovido la investigación de las agendas de la primera dama por contener indicios de delito de lavado de activos parece irritar tanto al mandatario que es incapaz de reconocer que son esas agendas el origen mismo de aquello que ha derrumbado su aprobación.

El presidente Humala y la señora Heredia son pues culpables de sus propios actos y omisiones. Les toca a ellos y solo a ellos asumir lo que han tirado por la borda.

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