En una de esas ‘boutades’ con las que a veces nos sorprendía, el expresidente Alan García se atrevió a decir, en el 2009, que “en el Perú, el presidente tiene un poder: no puede hacer presidente al que él quisiera, pero sí puede evitar que sea presidente quien él no quiere. Yo lo he demostrado”. El mensaje parecía estar dirigido al candidato Ollanta Humala, quien, sin embargo, terminó impugnando en parte la tesis del difunto líder aprista con su triunfo en el 2011.
Digo en parte porque la primera mitad de la tesis es correcta. Desde hace décadas, el partido del presidente saliente (en teoría, la opción que este quisiera que gane, suponemos) tiene muchos problemas para siquiera competir en la siguiente elección.
Recordemos. La difusión del primer ‘vladivideo’ en setiembre del 2000 forzó un anuncio de elecciones anticipadas en el 2001 en las que Alberto Fujimori comunicó que no participaría. Acción Popular, encargado de la transición a través de Valentín Paniagua, decidió no presentar candidatura presidencial en aquella elección.
En las tres siguientes elecciones, el partido de gobierno, tras cinco años en el poder, decidió presentar como candidato a un invitado, en primera instancia, para luego arrepentirse y retirar la plancha presidencial. En el 2006, Perú Posible vio la renuncia de dos invitados, Jeannete Emmanuel y Rafael Belaunde, y su lista parlamentaria obtuvo solo 2 curules. En el 2011, el Partido Aprista apostó también por una invitada con Mercedes Araoz, quien repitió el libreto y renunció a su vez poco antes de las elecciones (aun así, el Apra recibió 6,4% de los votos, que se tradujo en 4 curules). Y en el 2016, la misma historia con el Partido Nacionalista, que luego de coquetear con Milton von Hesse, presentó a Daniel Urresti, pero retiró su postulación en marzo.
Este período termina nuevamente con un gobierno de transición, con escasos meses en el poder, y a pesar de eso, el declive reciente del Partido Morado en las encuestas sugiere que viene sufriendo las consecuencias de haber sido gobierno frente a la opinión pública.
En enero, en la encuesta de El Comercio-Ipsos Julio Guzmán se colocaba tercero con 7%, y su partido segundo con 8% para el Congreso. En febrero, el candidato cayó al séptimo lugar, con solo 4%, y su partido perdió un punto, colocándolo tercero en empate con Somos Perú. Peor aún, el antivoto de Guzmán viene creciendo sostenidamente, de 45 puntos en diciembre a 57 en febrero, meses que coinciden con la entrada de Sagasti al Ejecutivo.
Volviendo a la declaración de García, la demostración de poder de la que se jactaba se dio en la elección de 1990, donde su partido viró en masa hacia Fujimori en la segunda vuelta. Pero es de destacar la performance del Apra en esa primera vuelta, que no solemos recordar tanto como el duelo entre Vargas Llosa y Fujimori. Tras uno de los gobiernos más devastadores en nuestra historia, Luis Alva Castro obtuvo 22,5% del voto para la presidencia, y su partido 16 senadores (de 60) y 53 diputados (de 180), la segunda fuerza más votada en ambos casos.
Esa performance, con los estragos del “aprocalipsis”, fue quizás la última vez en que un partido político en el Perú mostró signos de vida después de haber sido gobierno. Pertenece a otra era, donde la organización tenía tanta fuerza como el liderazgo, los problemas de sucesión no eran resueltos por un caudillo, y el voto no era un reflejo de decepción, sino el resultado de memoria muscular.
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