Los resultados de las elecciones no tendrían por qué ser sorpresivos. La dispersión parecía clara, pero quizá no al punto de la representación que el Parlamento termina teniendo nueve bancadas.(Foto GEC)
Los resultados de las elecciones no tendrían por qué ser sorpresivos. La dispersión parecía clara, pero quizá no al punto de la representación que el Parlamento termina teniendo nueve bancadas.(Foto GEC)
José Carlos Requena

No han dejado de causar sorpresa los del domingo último. Desde marzo, cuando se instale el , el panorama será radicalmente distinto al que enfrentaba hasta el 30 de setiembre del año pasado.

Son resultados que requieren lecturas variadas, detenidas y multidisciplinarias. Mirar solo la política dejará inevitablemente de lado aspectos de gran importancia para seguir el desempeño del Parlamento que concluirá funciones en julio del 2021.

Pero siendo complejos, son desenlaces que no tendrían por qué ser sorpresivos. La dispersión parecía clara, pero quizá no al punto de la representación que el Parlamento termina teniendo: nueve bancadas, que pudieron ser diez. Grupos que tendrán entre 9 y 25 escaños.

Si se miran los resultados electorales del 2018, sobre todo en las votaciones regionales, se verá que hay un gran nivel de desafección. Elmer Cáceres Llica, por ejemplo, pasó a la segunda vuelta en Arequipa con solo 14,4% de los votos emitidos, muy por debajo de los votos nulos y blancos (22,2%). Ganó en definitiva la gobernación con 39,9%; los blancos y nulos llegaron a 30,7%.

Tampoco tendría que ser sorpresiva la aparente baja representatividad que reseñaba con precisión María Alejandra Campos (El Comercio, 30/01/2020). El Parlamento del 2016 fue elegido solamente por el 48,8% del electorado, al descontar ausentes, blancos, nulos y votos dirigidos a partidos que no superaron la valla. Un ejercicio similar para elecciones previas seguramente arroje resultados parecidos.

Como es costumbre en este nuevo milenio, todo se terminó de definir en las últimas dos semanas. En el tramo final, lejos del ojo público, las agrupaciones sorpresa no dejaron de crecer, mientras aquellas que habían tenido gran figuración en la campaña decrecieron o se estancaron.

Los resultados, y los nuevos rostros que se verán en Pasos Perdidos, son también un llamado de atención a una capital profundamente desconectada del quehacer cotidiano en la inmensidad del territorio nacional. Como es tradición, y ha sido particularmente evidente en los años recientes, Lima se ha mostrado distraída en penosos líos personales, que pintaron de cuerpo entero a varios políticos que se creyeron promisorios; obsesionada casi hasta el dogmatismo con debates que tocan valores que debieran quedarse en los ámbitos del hogar familiar; centrada en mediáticas disputas sobre temas ajenos a las preocupaciones ciudadanas, que no solucionan las demandas de justicia y seguridad.

Con estridencia o pasividad, las agrupaciones que incursionan en el Congreso responden de alguna manera a estas demandas. No serán los modos más articulados y seguramente no perdurarán, pero son claramente representativos de diversas aspiraciones presentes.

Como en la parte final del libro de J. M. Coetzee de la que esta columna ha tomado el título, el Perú parece repetir la reflexión del personaje central de la novela: “He tenido delante de los ojos algo que salta a la vista, y todavía no lo veo”.

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