Como el personaje cinematográfico de Woody Allen que se transformaba como un camaleón asimilando los rasgos físicos de aquellas personas con las que interactuaba, muchos de los partidos políticos con inscripción vigente son Zeligs modernos que van alterando su apariencia de acuerdo con las necesidades de sus candidatos invitados o de ideas-fuerza (descartables ambos) al final de un ciclo electoral.
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Nombres, colores, logos e identidades programáticas son sacrificados ante las urgencias de cada nueva campaña como ha quedado en evidencia con los dramáticos giros de Unión por el Perú (UPP), que ha servido de plataforma para personajes tan disímiles como Javier Pérez de Cuéllar y Antauro Humala. Hoy, el partido Restauración Nacional va a cambiar hasta de nombre, según una nota de este Diario, para acoger la posible candidatura de George Forsyth.
Facilita el proceso que debajo de muchas señaléticas políticas no haya un atisbo de ideología, programa o convicción, pero incluso donde lo hay, los principios sucumben rápidamente a los apremios de una nueva carrera electoral. Si bien los llamados partidos históricos (el antes y después de la competencia partidaria en el Perú se da en los años noventa, con el colapso del sistema de partidos existente y con el fujimorismo inaugurando un estilo basado en cambiar de nombre para cada elección) mantienen sus logos y nombres, algunos no han evitado la tentación del pragmatismo y abrazado invitados por encima de sus cuadros.
No deja de ser problemático que veinte años de competencia política dejen contadas marcas con “recordación” entre el electorado, al punto que el valor de uno de estos vehículos electorales se reduce a su inscripción, sostenida por reglas laxas que prolongaron artificialmente su existencia.
La expectativa, ahora que no pasar la valla electoral implicará la pérdida de dicha inscripción, es que esta sea la última elección presidencial que permita actualizaciones programáticas al tono de cambios cromáticos. Esa es probablemente la amenaza que se cierne con mayor riesgo sobre muchas de estas tiendas que apuestan su supervivencia a aquel candidato (y con mayor riesgo, una alianza) que les permita superar el umbral de representación.
Las dinámicas que dan vida a estas coaliciones de independientes, como bien las llamó el politólogo Mauricio Zavaleta en un libro del mismo título y de ineludible lectura para entender la competencia electoral en el Perú actual, persistirán, pero con suerte habrá menos Zeligs en la política peruana.
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