Es claro que la implosión de Fuerza Popular dejó un vacío que fue llenado en parte por la emergencia del teocrático Frepap, el radical UPP de Antauro Humala y el Podemos de Daniel Urresti. El fujimorismo era una fuerza política real, con arraigo popular. Un esfuerzo de construcción partidaria en una democracia sin partidos. Un caso de afección en medio de la desafección política generalizada. Pero fue barrido por una mezcla de graves errores propios en el manejo del Congreso junto con la destrucción mediática y judicial de la imagen de Keiko Fujimori, pese a que ella no había sido gobierno y a que hizo lo que todos siempre hicieron: disfrazar aportes de campaña, algo que no era delito. La llamada lucha anticorrupción ha sido también un arma de demolición política.
La consecuente desertificación de la política, sumada a una elección sin candidatos presidenciales, elevó el porcentaje de ausentismo de 17% en el 2016 a 25%, y produjo hasta pocos días antes de la elección una altísima proporción de votos en blanco y nulos que se volcó a último minuto principalmente hacia las opciones antiestablishment mencionadas. Lo que habla más que nunca de la necesidad de aprobar reformas que busquen reconectar a la gente con la democracia representativa, los partidos y el Congreso (canjear el voto preferencial por distritos electorales pequeños donde pueda elegir entre pocos y pueda relacionarme con mi representante, para que la democracia tenga sentido).
Pues la desafección profunda con el establishment político es la principal conclusión de esta elección. Para recuperar la confianza de la población, además, la democracia misma tiene que ser capaz de resolver problemas, y para ello se requiere que este nuevo Congreso apruebe las reformas de gobernabilidad (elección del Congreso con la segunda vuelta presidencial, y 2/3 de los votos para la insistencia en proyectos observados por el Ejecutivo).
La segunda conclusión es que el vacío dejado por Fuerza Popular ha sido llenado parcialmente por tres fuerzas que tienen algo en común: la búsqueda del orden, de la seguridad física o moral, sea en una vertiente religiosa, sea en una militar. El Frepap (Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal) y UPP (Antauro) tienen en común, además, la inspiración tahuantinsuyana, que remite también a la recuperación del supuesto paraíso moral y social perdido en medio de la corrupción, la inseguridad, el caos, la anomia y la pérdida de valores morales.
Hay por supuesto un fuerte elemento de radicalismo de izquierda estatista y militar en el antaurismo. Pero los partidos de izquierda (UPP y FA) que quisieran cambiar el modelo económico suman apenas 22 congresistas (el Frepap se reclama partidario de una “economía social de mercado justo” en sus estatutos).
La tercera conclusión es que, así como la confrontación con el Congreso produjo la candidatura presidencial de Salvador del Solar, la demanda por orden y seguridad ha proyectado en esta elección la candidatura presidencial del ‘outsider’ Daniel Urresti. En la medida en que Antauro Humala sale de la cárcel recién en el 2024, vale preguntarse si Verónika Mendoza representará la opción radical en el 2021. Quizá entre los tres se defina el pase a la segunda vuelta